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Actualizado: 2 de junio de 2025


El uno era delgado, pálido, ojos pequeños, bastante feo todo él, aunque vestido con gran pulcritud y elegancia: se llamaba Juan Romillo, hijo de un rico camisero de la calle del Príncipe: su padre le había destinado al foro, en el cual no había hecho grandes adelantos; en cambio desde muy niño había despuntado en el arte de vestirse y en el conocimiento pleno, absoluto, de cuantas noticias verdaderas o falsas corrían por la villa: en las casas donde él entraba no se leían los diarios noticieros, porque eran inútiles: a esto se reducía su ciencia y sus partes.

Romillo lo esclareció de un modo notabilísimo; entre otros datos importantes, hizo saber que Mario había dado orden a L'Hardy, el pastelero de la Carrera de San Jerónimo, de que no vendiese más botellas de champagne, pues probablemente necesitaría él las existencias que hubiese. ¡Ave María purísima! ¿Pero se las va a beber todas? exclamó cándidamente Hojeda. señor repuso gravemente Romillo.

Hablaba de carrera y sin detenerse cual si le hubiesen dado cuerda. Cuando terminó el panegírico, volvió a poner los ojos en su sitio, y el rostro perdió repentinamente su expresión animada, como si el mecanismo interior se hubiese parado. Paisaje de las orillas del Nilo manifestó Romillo.

Era abogado también, como su amigo y condiscípulo Romillo, pero mucho más estudioso y aprovechado, lo cual era de necesidad, pues Romillo tenía en perspectiva una fortuna considerable, mientras él solamente la que adquiriese con su trabajo.

Sólo para esta broma había comprado y traído el estereoscopio. Hojeda apartó instantáneamente los ojos horrorizado, y encarándose con el coronel, le preguntó con retintín: ¿Y le gusta a V. esto, coronel?... ¡No están malas columnas! El coronel le miró sorprendido. A ver, a ver... dijeron todos. Romillo volvió a colocar la vista primitiva, que fue muy celebrada.

¡Anda, bien empleado te está, por farol! le dijo por lo bajo Enrique. Déjele V., amigo Rivera, déjele V. esplayarse. ¿V. no sabe que la ciencia a veces produce indigestiones? manifestó el coronel. Carlitos cerró la boca muy mohíno. El templo de Santa Sofía en Constantinopla vea V., coronel dijo Romillo.

¡Y qué calladito se lo tenía! dijo Valle. Yo lo sabía ya hace días, pero no me atrevía a publicarlo, comprendiendo que D. Bernardo se estaba haciendo el uniforme para dar una sorpresa a sus amigos, como así resultó repuso Juanito Romillo, a quien molestaba muchísimo el ignorar cualquier noticia. Está muy bien, ¿no es verdad? preguntó doña Martina, llena de cándido orgullo.

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