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Actualizado: 23 de mayo de 2025


Partió para Nápoles y tampoco se encontró mejor. Se habían alojado en Santa Lucía. El más hermoso golfo del universo ondulaba sus aguas azules ante ella; el Vesubio humeaba bajo sus balcones; el sitio estaba bien elegido para vivir y morir.

Luego de admirar en el museo da la abadía los recuerdos artísticos de la dominación borbónica y la dominación muratesca, entraron en un restorán próximo, una trattoria con las mesas puestas en una explanada desde cuyas barandas podía abarcarse el espectáculo inolvidable del golfo, viéndose además el Vesubio y la cadena de montañas que se esfumaba en el horizonte como un oleaje inmóvil de rosa obscuro.

De Constanza pasaron a Suiza, y después a Italia. Un año anduvieron juntos, contemplando paisajes, viendo museos, visitando ruinas, cuyas sinuosidades y escondrijos aprovechaba Jaime para besar la nacarada piel de Mary, gozándose en sus auroras de rubor y en el gesto de enfado con que protestaba: «¡Shocking!...» La acompañanta, insensible como una maleta a las novedades del viaje, seguía la confección de un gabán de punto de Irlanda empezado en Alemania, seguido a través de los Alpes, a lo largo de los Apeninos y a la vista del Vesubio y del Etna.

¿Adónde me llevará usted, papá? ¿A Nápoles? No, hija mía, porque a Nápoles está demasiado lejos para ir allá de un tirón sin hacer ni un descanso. Además, Nápoles ofrece el inconveniente del sirocco, que agosta las flores, y la tenue ceniza del Vesubio, que abrasa los pulmones de las niñas. No llegaremos allí; nos detendremos en Niza...

La cabeza cubierta con un pañuelo de seda, cuyas dos puntas, traídas sobre la frente, formaban como dos pequeños cuernos. Esos pañuelos eran precisamente los que herían los ojos; todos eran de diversos colores, pero predominando siempre aquel rojo lacre ardiente, más intenso aún que el llamado en Europa lava del Vesubio; luego, un amarillo rugiente, un violeta tornasolado, ¡qué yo!

Pescarían en el golfo terso y azul como un inmenso espejo, y a la caída de la tarde, mientras él volviese los remos, ella cantaría mirando el mar inflamado por el sol al hundirse en las aguas, el penacho del Vesubio de tonos morados, la inmensa ciudad blanca con sus infinitas vidrieras como placas de oro, reflejando el crepúsculo.

Conocida es la riqueza de los bordes del Vesubio, de los valles del Etna en las dilatadas raíces que empuja hacia el mar; conocido es también el paraíso que forma bajo el Himalaya el precioso circo volcánico del valle de Cachemira, y otro tanto sucede á cada paso en las islas del mar del Sur.

Por otra parte, hay masas rojizas que al elevarse desde el seno de la tierra, sea en estado líquido, sea en estado pastoso, salen sencillamente de una ancha grieta del suelo y no las lanza un cráter, como las escorias del Vesubio y del Etna.

»Aquí, en los momentos de angustia, en esos días lóbregos en que en vano lucho y brego con los hombres y las cosas, al trasladar al papel mis pobres pensamientos, no me explico, no comprendo cómo no se transforma en Vesubio mi cabeza ni se convierte mi pluma en bayoneta. »Ustedes, los colombianos, tienen aun esperanzas de redención: allí hay vida, hay savia, hay esplendor.

Antes de servir la comida puso sobre la mesa, á guisa de aperitivo, una botella ventruda de vino del país, un néctar de las laderas del Vesubio, con un lejano sabor de azufre. Freya tenía sed y le inspiraba recelo el agua de esta trattoria.

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