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Actualizado: 23 de mayo de 2025


Jagor, este volcán se asemeja de un modo admirable al Vesubio; como este, tiene dos picos: al O., una cima redondeada en forma de campana; al E., como resto de una cumbre anular, una alta cresta dentellada, parecida al monte Somma: en sus vertientes se nota bien la estratificación paralela.

Su cuenca estaba minada por fuegos subterráneos, que buscaban salidas extraordinarias por el Vesubio y el Etna y respiraban continuamente por la boca del Stromboli. Alguna vez estos hervores plutónicos elevaban el suelo, haciendo surgir, como tumores de lava, nuevas islas sobre las olas. En su seno existía doble cantidad de especies animales que en los otros mares, aunque menos numerosas.

Por fin, Manolita supo que Melchor la amaba gracias a una carta de éste, en la cual, conforme al patrón de todas las declaraciones, comparaba su corazón con el Vesubio, y comenzando con las consabidas frases: «Señorita: desde el móntenlo que la vi a usted», etc., terminaba: «Salve usted este corazón que está herido de muerteManolita acogió burlescamente la declaración del dependiente, mas no por esto dejó de agradecerla, con esa satisfacción que causa en toda mujer el saber que es amada, y nada dijo a su familia ni a Rafael.

Como en aquel, el cono de erupción está en medio del antiguo muro del cráter; el espacio que les separa de la valla montañosa situada enfrente, ó sea el piso del antiguo cráter, es considerablemente mayor y mucho más desigual que el Atrio del Caballo, en el Vesubio. ¡Desgraciado del barrio de San Miguel si despierta el coloso!

De esta suerte pudo muy bien nuestro D. Fadrique, sin apartarse un ápice de la verdad, dejar de ser creído en algo, sin que sus paisanos se atreviesen á decirle, como decían al mayordomo del Duque cuando hablaba del Vesubio: "¡Esa es grilla!"

Veo aún las piedras de granito amontonadas en la orilla, el bosque de pinos reflejado sobre el agua rizada, los declives, las altas vertientes de los prados y, más lejos, las grandes explanadas donde empieza la curva oscilante de la cascada! ¡Os veo también, hermosos manantiales de los grandes ríos, que vais á perderos en el mar á cientos de kilómetros de vuestro origen! ¡Con sólo cerrar los ojos, mi pensamiento se transporta hacia un alegre torrente, al Vesubio, al Gordolarque, al susurrante Embalire, ó hacia cualquier otro sitio de la libre montaña!

Los valles al pié de la Cordillera son en algunos parages muy fértiles, regados por riachuelos, pues producen, estando bien cultivados, escelente trigo y variedad de frutos, abundando asi mismo de manzanas silvestres, de que los indios hacen una especie de cidra para su uso diario, ignorando el modo de conservarla. Los volcanes ó montañas de fuego, de que abunda esta parte de la Cordillera, pueden competir con el Vesubio. Mongibelo, ò algunos de los que conocemos en Europa, por su magnitud ó furiosas erupciones. Estando en el volcan bajo el cabo de San Antonio, fui testigo de una gran porcion de cenizas que llevaron los vientos y oscurecieron toda la atmósfera, esparciéndose sobra una gran parte de la jurisdiccion de Buenos Aires, y uno y otro lado del Rio de la Plata; de manera que la yerba estaba cubierta de ellas. Prodújolas la erupcion de un volcan cerca de Mendoza, llevando los vientos las cenizas mas lijeras

No era preciso emprender un largo viaje para admirar el Vesubio. ¿Qué volcán más hermoso que aquél? Los hombres, al amparo de la ciencia, hacían poesía sin saberlo; la poesía viril, la de las fuerzas de la naturaleza. Y así seguía el doctor, desbordando su admiración en entusiásticas palabras ante el mugidor ramillete de fuego.

Hacia las nueve, el frío se apoderó de ella y propuso volver al hotel. «Decididamente, dijo, quiero morir aquí; por lo menos estaré tranquilaPero después pensó que el Vesubio no había dicho aún su última palabra y que podría depositar una sábana de fuego sobre su tumba. Entonces habló de volver a París y se acostó con unos escalofríos que no presagiaban nada bueno. La viuda cenó a su lado.

El golfo se coloreaba de rosa, como si creciesen en sus entrañas, bajo los rayos oblicuos del sol, inmensos bosques de corales. El azul del cielo también se tornó rosado, y las montañas se incendiaron al reflejar el astro agonizante. El penacho del Vesubio era menos blanco que en la mañana. Su columna nebulosa, rayada con estrías rojizas por la luz moribunda, parecía reflejar el fuego interior.

Palabra del Dia

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