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En el vivo interés que este diálogo tenía para las dos mujeres, a veces los cuatro vigorosos brazos metidos en el agua se detenían, y las manos enrojecidas dejaban en paz por un momento el envoltorio de ropa anegada, que chillaba con los hervores del jabón.

RAYA A LA CASERA. Después de bien lavada la raya en agua fría, sacado su hígado, que se separa, y cortadas las aletas en pedazos, póngase a cocer en una cacerola o perol con agua, vinagre, cebolla y un poco de sal; se la deja dar dos hervores para que no esté demasiado cocida; sáquese luego y échese en una fuente para pelarla; póngase después en la hornilla con medio caldo; cuando se vaya a servir se escurre, se coloca con su hígado cocido por encima y se rocía bastante con salsa blanca.

Su cuenca estaba minada por fuegos subterráneos, que buscaban salidas extraordinarias por el Vesubio y el Etna y respiraban continuamente por la boca del Stromboli. Alguna vez estos hervores plutónicos elevaban el suelo, haciendo surgir, como tumores de lava, nuevas islas sobre las olas. En su seno existía doble cantidad de especies animales que en los otros mares, aunque menos numerosas.

Todas las noches, a la sombra amena de un frondoso macizo floreciente, yo acudía con paso diligente y con el alma de ilusiones llena. Veía a poco su cuerpo de azucena avanzar indeciso, lentamente, mientras un ansia de pasión ardiente daba a mi pecho hervores de colmena. Juntos los dos en dulces embelesos, volviamos al cuento de los besos, sin pensar que es voluble la fortuna.