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Actualizado: 6 de mayo de 2025
Lo que esto molestaba a Hojeda no es decible: al principio se turbaba y le venían los colores a la cara; más adelante, cuando advirtió que era broma, se negaba a contestar al impertinente, limitándose a alzar los hombros en señal de resignación o a masticar alguna frase de disgusto.
Sebastián de Hojeda y Alonso de Salas obligáronse á pintar en las casas de Melchor de Corníeles en 1553 lo siguiente: «Primeramente el corredor que está á la entrada de la puerta con todo el patio á la redonda con el portal que hace a la subida de la escalera de dos varas con corona y todo de un alizer de figuras de «romano» y haciendo vn repartimiento de un tablero de figuras de romano y otro de figuras de colores muy buenas y subidas.»
Después que se hubo desahogado, bajó la cabeza lleno de confusión y vergüenza. D. Bernardo se retiró inmediatamente, y en el comedor hubo unos momentos de silencio embarazoso. Hojeda, para templar el mal efecto de la imprudencia del niño, se apresuró a entablar conversación acerca de la orden de San Juan, haciendo de ella y de sus miembros calurosos elogios.
Hojeda entró con ella en la vivienda, que era un triste y desabrigado desván, sin otros muebles que una mesilla y dos o tres taburetes; en una esquina había un miserable fogón apagado; en otra, un montón de trapos, restos, al parecer, de un antiguo colchón, donde dormía toda la familia.
Tal superioridad se había mostrado ya desde la infancia, cuando ambos asistían a la escuela; no que D. Bernardo fuese un discípulo más aventajado, pues aunque los dos gozaran opinión de aplicados, todavía Hojeda le sacaba alguna ventaja en estudiar con ahínco las lecciones y escribir las cuentas con limpieza; pero D. Bernardo, toda su vida había tenido un nosequé de alto y superior, que infundía respeto.
Hojeda se mantuvo silencioso algunos instantes; después, parándose de pronto y cogiendo a nuestro joven por el brazo con mucho aparato de misterio, y esforzándose por dar a su voz y a sus ojos la mayor expresión posible de severidad, le dijo: ¿Sabes, Miguelito, por qué hago yo todas estas cosas? ¿Por qué?
De aquí salieron las siete vacas gordas y las siete flacas que vio José en sueños, ¿no es verdad? preguntó doña Martina mientras miraba con atención por los cristales. Justamente contestó Hojeda, las que simbolizaban los años de abundancia y de miseria. ¿No anda por ahí el palacio de Faraón, Martinita? No señor, no le veo; lo que sí hay son unos animales muy feos, así como serpientes grandes...
¡De todos modos, D. Facundo!... Sí, sí, te concedo que esa mujer obra mal; pero bien examinadas y bien pesadas todas las circunstancias, no es tan perversa, de seguro, como tú te imaginas. Miguel guardó silencio y se puso a meditar sobre las palabras de Hojeda, mientras caminaban emparejados hacia el centro de la villa.
Pocas cosas le molestaban tanto como verse aludido en este asunto de mujeres: por eso el socarrón del coronel lo hacía siempre que hallaba oportunidad. ¡Yo!..... coronel..... ruego a V..... el matrimonio..... ¡A buena parte va V., amigo Bembo!..... Hojeda es un egoistazo..... Más de veinte veces le he querido casar, y siempre me ha dado calabazas a la novia.
En la esquina de la calle del Tribulete despidieron el coche; los chicos sin vacilar fueron derechos a la puerta de una casa vieja y sucia; el mayor se volvió de espaldas y dio con los tacones de sus zapatos rotos algunos golpes; al poco rato abrió una vieja, que dejó escapar al verlos un gruñido nada pacífico; pero su mal humor se convirtió en sorpresa al observar que Hojeda y Miguel atravesaban el portal y seguían a los muchachos; éstos subían decididos la escalera, como hormigas que entran en su guarida; Miguel sacó un fósforo, porque la vieja portera se había retirado con la luz.
Palabra del Dia
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