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Actualizado: 6 de mayo de 2025
Pero V. es otra cosa, coronel; V. es un hombre de mundo, menos arregladito que Hojeda, y puede hacer feliz a cualquier muchacha. Ya lo oye V., D. Facundo dijo el coronel. Los hombres arregladitos no pueden hacer felices a las muchachas. No, hombre, no; no quiero decir eso manifestó doña Martina riendo...
Pronto se reunieron en aquel sitio otros cuantos mozos formando círculo en torno de los dos muchachos, que con el calorcillo del fogón y de las luces comenzaron a revivir. Miguel se quedó absorto contemplando los andrajos de que iban vestidos. Acudió también el amo, a quien Hojeda mandó avisar; todos hacían preguntas sobre preguntas a los pobres chicos, que apenas articulaban más que monosílabos.
Mientras D. Bernardo, por virtud de la riqueza heredada de sus padres, comenzó desde muy joven a figurar en la sociedad madrileña y a ser un factor indispensable en los salones y teatros, Hojeda veíase necesitado a seguir la modesta carrera de farmacéutico y a abrir botica, una vez terminada, en la calle de Fuencarral.
Volviose y reconoció la fisonomía del boticario Hojeda, el fiel amigo de su tío Bernardo, el barón humilde y bondadoso que tantas veces le había ido a visitar cuando era colegial. ¡D. Facundo! ¡Miguelito!... Me alegro mucho que seas tú, querido... ¡Dios te lo pagará!... Dame acá el más pequeño. ¿De dónde venía V. a estas horas?
Los tertulios fueron depositando un beso en la frente de la criatura, procurando no despertarla, y la nodriza se retiró. Terminaron al fin las vistas. Romillo guardó su estereoscopio, no sin recibir antes algunas miradas como saetazos del indignado Hojeda.
Cuando hubieron dado buen fin al pan y a las chuletas y se hubieron bebido el Jerez, los niños se animaron repentinamente, sobre todo el pequeño, que era el más aterido; sus mejillas recobraron el suave color de la infancia, y comenzaron a examinar con atención los objetos y las personas. ¿Habéis despachado ya? preguntó Hojeda... Pues vamos con la música a otra parte.
Doña Martina soltó una carcajada estrepitosa, burda, que hizo arquear levemente las cejas a D. Bernardo. No lo estará V. nunca, si Dios no pone en ello la mano, ¡que ojalá la ponga pronto! Esa felicidad, primero le ha de tocar a don Facundo que a mí murmuró con voz cavernosa. Hojeda levantó la cabeza turbado.
¿Cuánto es esto? dijo Miguel a un mozo, llevando la mano al bolsillo. El dueño del café, que había oído la pregunta, se apresuró a decirle, sujetándole el brazo: Caballero, yo no cobro las limosnas. Miguel no insistió. Dios se lo pagará a V., D. Ramón le dijo Hojeda apretándole efusivamente la mano.
Ocupó un puesto a su derecha; sentáronse Vicente, Carlos y Miguel en las sillas que doña Martina les fue designando, mientras Hojeda aguardaba en pie a que todos estuviesen colocados para acomodarse. Faltaba Eulalia. ¿Dónde está Eulalia? preguntó su madre. El criado manifestó que la había visto hacía un instante subir a su cuarto.
No es posible figurarse la profunda gratitud que el bueno de Hojeda guardaba a su amigo por estas mercedes. Había permanecido célibe, y gracias a sus economías, consiguió formar en algunos años un capitalito, cuyas rentas debían ir acumulándose a él, porque lo mismo gastaba hoy que el día en que abrió al público su farmacia.
Palabra del Dia
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