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El manuscrito de D. Diego Ignacio de Góngora que hace mención de este suceso, dice, refiriéndose á los incidentes ocurridos con el cadáver del desgraciado D. Bernardino: «El Alcalde quiso traer á Sevilla el cuerpo de aquel malaventurado caballero; los religiosos del convento de Descalzos franciscos, y otros de la Orden Tercera se interpusieron para que quedase allí.

El diablo Lucifer ha conseguido con sus artificios exasperar sobremanera á los habitantes de Luca contra los frailes franciscos; nadie les da limosnas, se ven en la mayor necesidad, casi á punto de morir de hambre, y por último, les ordenan los magistrados de la ciudad que abandonen su convento y que se repartan por el mundo como puedan.

Que yo me quedo aún en el pueblo, y que á los tres días se bautiza solemnemente un niño. Aunque me digan frailes franciscos que aquel niño es hijo de matrimonio, y que es hijo de Juan Lanas y de su mujer, yo diré siempre, aun cuando pasen muchos años: ese tal no se llama Juan Lanas, ó no debe llamarse, sino Juan de Quevedo y Sandoval.

Don Víctor estaba dispuesto a ser inflexible...». Reconciliarás, si te encuentras con fuerzas para ello, después de comer en casa del Marqués; y pronto, para ir en seguida al Vivero.... ¡No transijo! Y se fueron a dar los días a varios Franciscos y Franciscas. A la una y cuarto estaban en casa del Marqués. Lo primero que vio Ana fue a don Álvaro.

Entérese usted bien de lo que ha pasado dijo D. Felicísimo, entregando a Salvador varias cartas, que este empezó a leer con avidez . Vea usted lo que me escribe el guardián de franciscos de Estella.... Vea usted también la relación detalladísima que del suceso me hace el prior de los descalzos de Viana.

La música de los campanilleros era extraña y de un singular carácter, pero no dejaban de ser menos curiosas las letras de sus coplas, entre las cuales las había del tenor siguiente: El demonio como es tan travieso agarró una piedra y rompió un farol, y salieron los padres Franciscos y lo apedrearon en el callejón.

El Virrey 14 de Navarra mandó contra ellos una columna. La columna no derrotó a nadie... como siempre; pero cogió a D. Carlos, que estaba en el convento de frailes franciscos, , , y juntamente con un sobrino de Santos Ladrón y un capuchino, a quien sorprendieron haciendo cartuchos, le llevaron a Estella.

Los frailes franciscos, como estaban juntos, vinieron luego á requerirnos que en ninguna manera nos pasásemos é ella

Al fin dijo con voz cavernosa: ¡Ah! ¿estás ahí, miserable, engendro del diablo, infame Cosme Aldaba, galopín maldito, envenenador protervo? pues espera, espera, que al fin te tengo en mis manos y frailes franciscos que vengan no te han de valer. Y se arrojó furioso sobre los dos hombres.