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De pronto aquel sol esplendoroso se eclipsa y quedamos dos siglos en oscuridad y tristeza. Sólo tal cual artista, aproximándose, aunque sin igualar jamás á aquellos genios, brilla como estrella solitaria y melancólica. Las explicaciones que los historiadores del arte suelen dar á este hecho sorprendente nunca me han satisfecho.

Vestía de gran uniforme y cruzaba su pecho la banda de Isabel la Católica. Igualmente las personas que los acompañaban lucían cruces, uniformes y condecoraciones. Detrás de ellos marchaba el piquete de carabineros. Al ver desfilar aquel lúcido y esplendoroso cortejo, la fantasía, siempre propensa a la exaltación, de los patriotas peñascos, se arrebató de un modo inexplicable.

Yo le veia entre las vagas nubes que colora el sol que presta su matiz dorado á la primer sonrisa de la aurora; la armonía solemne, grave, dulce y pausada, que encanta los sentidos en la tarde serena de luz, de aromas y de cantos llena, era su voz; el rayo su mirada; el ronco trueno, el ruido de su carro que cruzaba el Empíreo; su suspiro la brisa; su espejo el ancho mar; su manto el cielo, y el sol esplendoroso su sonrisa.

Querían imitar el esplendor de los últimos emperadores del país, para que el pueblo se convenciese de que los elegidos de la República no eran menos importantes que los antiguos déspotas. Bajo su uniforme esplendoroso los cinco afectaron una actitud de hipócrita indiferencia, mirando sin expresión alguna la máquina que acababa de entrar en el patio.

Como el antiguo guerrero Caído sobre su escudo, Sobre tu instrumento mudo Entregaste tu alma á Dios; Y es fama, que al mismo tiempo Que tu vida se apagaba, La bordona reventaba Produciendo triste son. No te hicieron tus paisanos Un entierro magestuoso, Ni sepulcro esplendoroso Tu cadáver recibió; Pero un Pago te condujo A la tumba silenciosa, Y lloraron en tu fosa Niños y hombres con dolor.

Y por en medio y encima de todo eso, se abre un cielo esplendoroso, y á lo léjos, al oriente, se alcanza á ver, sobre un enjambre de colosos de granito coronados de hielo, la cúpula del Monte-Blanco, digno baluarte de dos grandes naciones, Italia y Francia, soberana de aquel mundo de magníficos horrores que llaman los Alpes!

Medio valle gozaba aún de los últimos esplendores del día, y allá detrás de la iglesia de San Juan, a espaldas de un molino, medio escondido entre los platanares y los «izotes», en la curva más ancha y despejada del Pedregoso, los últimos rayos del sol trazaban una estela de plata, que partía de un foco esplendoroso, cuyas poderosas irradiaciones lastimaron mis pupilas.

Yo he leído en un libro muy docto esta sentencia, que no olvidaré nunca. «La humanidad, en su vida colectiva, no ha nacido aúnTodo este largo pasado que llevamos ya, el vivir en la primavera del año máximo y el columbrar un extenso porvenir, esplendoroso y fecundo, no debe, sin embargo, alegrarnos en demasía, ni menos ensoberbecernos.

Tranquilo duerme el mar: la tenue brisa riza apenas su líquida planicie, y jugando en las ondas indecisa resbala por la inmensa superficie; copia a lo lejos el cristal tembloso, como entre guijas de oro, la luz pura con que el sidéreo coro esplendoroso brilla en otra región. ¡Cuánta hermosura!

Sin embargo, aquella interminable planicie casi negra, cobijada por un cielo azul y limpio, é inundada de luz por un sol alegre y esplendoroso, no carecía de encanto y grandiosidad, á causa de su misma sencillez. Hacía un día hermosísimo, un verdadero día español, y esto lo embellece todo.