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Actualizado: 2 de julio de 2025


El manto esplendoroso, inmenso, con grueso bordado de oro que imitaba las mallas de una red, extendíase por detrás del «paso» como la cola caída de un gigantesco pavo real.

Un cuello recto y esplendoroso remontábanse en él desde la corbata negra a las orejas. Batían sus piernas los faldones de un chaqué, prenda incómoda en la región ecuatorial, que gravitaba sobre sus espaldas con la pesadumbre de una coraza, moteando sus sienes y bigote de perlas de sudor.

Fernando, ante estos vestigios de la época del Imperio, evocaba en su imaginación el típico caballero del Brasil tradicional, tal como lo había visto en libros y grabados: galante en sus maneras, sentimental y poético como un lusitano, la cara enjuta y pálida, con ancha perilla, sudando bajo la levita negra y el cilindro lustroso del sombrero de copa, un quitasol bajo el brazo y unos pantalones blancos de hilo por toda concesión al clima de su país esplendoroso.

Las temibles nieblas del Salto se disipan ante él y las brumas cándidas se tornasolan en los infinitos cambiantes de un iris vívido y esplendoroso. Las aguas del Salto caen a lo lejos, desde la altura en que nos encontramos, hasta el valle que se extiende en la profundidad, en una ancha cinta de una blancura inmaculada, impalpable. Todo es vapor y espuma, nítida, nívea.

Es un dios á quien agrada un templo magnífico, y un culto esplendoroso; pero manteniéndose el ídolo escondido en la misteriosa oscuridad del santuario. Esto probablemente es mas culpable á los ojos de Dios, pero no atrae con tanta frecuencia el ridículo de los hombres.

Entró a la sazón el padre Zorraquín muerto de frío y se sentó a horcajadas en una silla, frente a la chimenea, extendiendo sus pies hacia el fuego. Poco después el vivo calor de la llama le obligó a apartarse. Empezó a oscurecer, por ser en aquella estación las tardes más cortas que la esperanza del pobre, y Doña Hermenegilda dio luz a un esplendoroso quinqué, competidor del sol de invierno.

Salimos de la Magdalena entre alegres y tristes, y á los veinte ó veinticinco pasos nos volvimos, como para dominar el conjunto de aquel alcázar esplendoroso. Su vista es agradable, armoniosa, poética, casi imponente. Mirado por fuera el edificio, tiene algo solemne, porque lo grande tiene tambien su solemnidad.

Tampoco convenía presentarse con desaliño, anunciándose como demasiado influida por la baja condición en que tan injustamente había vivido. El desaseo y abandono serían de muy mal efecto. Era preciso que en su apariencia comedida, modesta, honrada y grave revelara la dignidad con que pasaba de su estado miserable a otro esplendoroso.

Palabra del Dia

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