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El agua corría dulcemente por el sumidero del pilón, y en la espesura del jardincillo el «huele de noche» embalsamaba el espacio con el penetrante aroma de sus flores tardías. Al pie de los muros y en torno de la fuente las últimas maravillas prodigaban, como en las noches otoñales, la esencia suavísima de sus caducas corolas.

Sor Angela de la Encarnación era estrujada y abofetea la por Satanás a la vista de todas sus compañeras, y, últimamente, arrojada por él, desde lo alto de una galería al jardincillo del convento, no recibió daño alguno.

La madre había sido una española de Amalfi, que el escudero robó una noche, hiriendo al padre y matando a un hermano, y que, descubierta dos años después, prefirió dejarse ultimar en el tormento antes que denunciarle. Componían la covacha dos habitaciones con un jardincillo, en el fondo de una casucha, detrás de San Pedro.

Representaba un paisaje de encrucijadas en una región campestre llana y más bien desolada, con una casita solitaria, que probablemente había sido en un tiempo una casa de portazgo, de altas chimeneas, situada sobre la orilla del camino real, teniendo al costado un pequeño jardincillo rodeado de reja.

Apenas se descubrían los picachos de la Sierra, dibujándose sobre un claro de cielo, en el cual centellaban con pálidos fulgores unas cuantas estrellas. Mi pensamiento voló en busca de mi Angelina. Me levanté muy de mañana, y me pasé las primeras horas en el jardincillo.

Sólo sonaba el agua de la fuente del jardincillo. Ni un leve soplo de viento interrumpía el sosiego de la noche y la serenidad del ambiente. Penetraban por la ventana el perfume de las flores y el resplandor de la luna. Al cabo de un largo rato, D. Luis apareció de nuevo, saliendo de la oscuridad. En su rostro se veía pintado el terror; algo de la desesperación de Judas.

Era domingo, y me estuve en casa todo el día. El P. Herrera se fué a comer con su grande y buen amigo el P. Solís; tía Pepa no se apartó de la enferma en toda la tarde, y Angelina y yo nos la pasamos en el jardincillo, sentados al pie de los naranjos.

Una gran ventana, que daba a un jardincillo interior, estaba abierta por el calor, y si bien sus hierros eran como la trama de un tejido de rosas-enredaderas y jazmines, todavía por entre la verdura y las flores se abrían camino los claros rayos de la luna, penetraban en la estancia y querían luchar con la luz de la lámpara y de la palmatoria.

Penetraban además por la ventana-vergel el lejano y confuso rumor del jaleo de la casa de campo, que estaba al otro extremo, el murmullo monótono de una fuente que había en el jardincillo, y el aroma de los jazmines y de las rosas que tapizaban la ventana, mezclado con el de los don-pedros, albahacas y otras plantas, que adornaban los arriates al pie de ella.

Nos avergonzamos y conocimos nuestro disparate. Es muy bueno el hermano cura, ¿no le parece a Vd.? Yo fuí a abrazar al cura en silencio y más conmovido que nunca. Entramos por fin en la casa del curato, que era pequeña y modesta, pero muy aseada y embellecida con un jardincillo, provista de una cuadra y de un corral. La gente se detuvo en la puerta.