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Actualizado: 22 de junio de 2025


Cuando jugaban en el jardincillo era ella la que corría a traer la guija para la honda o la vara de la improvisada ballesta, mientras él esperaba tieso y señoril.

No sabré decir más sino que una mañana, al visitar don Antonio su jardincillo, se encontró con la viajera, y al pie de ella un talego de a mil duros con un billete sin firma, en que se le pedía cristianamente un perdón que él acordó, con tanta mejor voluntad cuanto que le caían de las nubes muy relucientes monedas.

RodolfoRara vez salía yo de casa, y sólo para visitar a don Román. Me pasaba la mañana en mi cuarto, y la tarde en el jardincillo, entregado a mis poetas favoritos. ¿Qué libro lees ahora? solía preguntarme el «pomposísimo», cuando iba a verle. ¿Lamartine? ¿Víctor Hugo? ¿Novelitas de Dumas? Contestaba yo afirmativamente, y el buen anciano hacía un gesto, gruñía, y agregaba mohino: ¡Uf!

La doncella y yo regábamos las plantas, y luego nos instalábamos al pie del naranjo. Cortábamos violetas y rosas, y nos entreteníamos en hacer ramilletes, empeñado cada uno en que el suyo fuese el mejor. Angelina solía tejer unas guirnaldas en que mezclaba los helechos de un modo maravilloso. Gran variedad hay de ellos en Villaverde, y en nuestro jardincillo crecían de los más lindos.

Y el alegre enjambre transpuso la verja del jardincillo, dirigiéndose a lo que llamaban «la montaña», árida colina, suave hinchazón del terreno, cariada como una muela vieja, rajada y perforada por las excavaciones de las canteras y las minas de greda. El bullicioso escuadrón encaminábase lentamente a un horno de cal que había en la cumbre.

A través de los solares en construcción y de las escalinatas que se desarrollan pendiente abajo distinguió la inmensidad del mar, y en su orilla la arboleda de los jardines, la larga masa del Casino á vista de pájaro, con sus tejados verdosos y las cúpulas amarillas de sus salones, la gran plaza, el jardincillo circular del «queso», y en torno de él numerosas personas del tamaño de hormigas.

Las plantas del jardincillo se balanceaban rumorosas. Las adelfas columpiaban sus tallos flexibles; los floripondios mecían en la obscuridad sus campanas de raso, y en la espléndida copa de un naranjo las primeras gotas, gruesas y resonantes, caían con ímpetu extraordinario, precursoras de un largo aguacero. Estaba yo en la casa de los míos. Pero ¡ay! qué triste aparecía ante mis ojos.

Era un chalet que parecía escapado de una caja de juguetes; un edificio construido por contrata, tan bonito como frágil, con sus tejados rojos y escalinatas con jarrones de yeso, situado en el centro de un jardincillo excavado en las rocas, con dos docenas de árboles tísicos que gemían melancólicamente, martirizadas sus raíces por la capa de dura piedra que encontraban a pocos palmos del suelo.

El balcón de Europa, Manuela, no lo dude usted. El señor Cuadros, después de soltar esta barbaridad, miró a su mujer, que, como siempre, le admiraba. Mientras tanto, las niñas de la casa, las de López y «las magistradas» paseaban por el jardincillo con Rafael, que hablaba de su amigo Roberto, a quien estaba esperando.

Pasada la dura estación, una mañana abríanse las ventanas, renacían los ruidos, oíanse voces de llamada de una a otra casa; pájaros enjaulados que eran expuestos al aire libre hacían oír sus trinos; brillaba el sol, miraba desde arriba por el estrecho embudo que formaba nuestro jardincillo; los brotes de las hojas nuevas salpicaban las ramas de las plantas color de hollín.

Palabra del Dia

rigoleto

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