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Creíase dueño absoluto de su fortuna sin que se le pasase por la imaginación los derechos que sobre ella tenía su mujer. Pero últimamente un amigo le abrió los ojos. Hablando de la enfermedad que aquejaba a la duquesa, le preguntó con naturalidad si tenía otorgado testamento. Este amigo, que era abogado, daba por resuelto que la mitad de la hacienda pertenecía a D.ª Carmen.

No dejaron salir mucha gente del fuerte, porque estaban los turcos con aparencia de querer arremeter, y creíase que aquella gente que era fuera, en venir como venían con escalas, diera en el fuerte por la parte de la marina. Al retirar que se retiraban los que habían venido á las galeras, arremetieron otros por la parte de Levante, hasta llegar junto al fuerte.

Dos figuras de primera magnitud habíanse, sin embargo, hecho notar por su ausencia, y eran estas el marqués de Butrón y el tío Frasquito: creíase que un pertinaz constipado tenía encerrado a este entre las cuatro paredes de su casa, y no se ignoraba tampoco que las relaciones del gran Robinsón con la ilustre dama habíanse enfriado algún tanto con motivo de la vicepresidencia ofrecida y desairada.

Era como un perrillo que prontamente distingue a su amo entre todas las personas que le rodean, y se adhiere a él y le mima y acaricia. Creíase Jacinta madre, y sintiendo un placer indecible en sus entrañas, estaba dispuesta a amar a aquel pobre niño con toda su alma. Verdad que era hijo de otra.

Creíase uno transportado al hogar mismo de los gnomos, al centro de sus trabajos profundos y misteriosos. El hombre roía aquella tierra con esfuerzo incesante como un topo, llenándola de agujeros. Pero al morderla se envenenaba. Sin ayuda de gato, los dioses se desembarazaban perfectamente del ratón humano. Lola Madariaga dió un grito penetrante que hizo volver la cabeza a todos.

Y doña Manuela, repasando sus escasos conocimientos históricos, halagaba su orgullo y creíase casi igual a una soberana destronada que cae en la pobreza. Esto bastó para afirmarla en su resolución. Cuando Rafael y Juanito llegaron a casa, la familia pasó al comedor. La cena fue triste.

Creíase motor del misterioso reloj del tiempo. Dale que le dale, había llegado al fin la hora, y la manivela, que para él era parte de sus propias manos, se había quedado sola en el taller, quieta y muda. Sin decir adiós al maestro, porque el maestro no le saludaba a él a ninguna hora, Pecado había salido y bajado a saltos por la Ribera de Curtidores.

Creíase poco menos que papisa y se hubiera atrevido a excomulgar a cualquiera provisionalmente, segura de que el Papa sancionaría su excomunión; trataba de potencia a potencia al Obispo, y Ripamilán, que no la podía ver porque era un marimacho, según él, la llamaba el Gran Constantino, aludiendo al Emperador que protegió a la Iglesia. «Piensa la buena señora que por haber sabido conservar con decoro las tocas de la viudez y por levantar edificios para obras pías es una santa y poco menos que el Metropolitano». Tenía razón el Arcipreste; doña Petronila no pensaba más que en su protección al culto católico y opinaba que los demás debían pasarse la vida alabando su munificencia y su castidad de viuda.

Así, por la virtud del vano cristal, aquel hidalgo, desde su reseca y polvorosa Castilla, creíase transportado a la ciudad de las lagunas, donde pasara, bajo el negro o verde antifaz, horas inolvidables. Entre don Íñigo y don Alonso Blázquez Serrano formose pronto esa amistad ceñida y lisonjera que suele enlazar a los descontentos.

Creíase que eran muy mal adquiridas muchas cosas de mérito que se admiraban en su casa, particularmente obras de arte; y maravillaba el lujo de raterías que se daba por empleado para apoderarse de ellas. ¡Y esta mujer tenía un caudal enorme y era espléndida en sus gastos! Hay muchas almas de alquimia que tienen roñas así.