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Actualizado: 23 de mayo de 2025


El silencio nocturno, cortado por relámpagos de ruido, era igual al de una fábrica. Cuando Fernando empezaba a dormirse, reanudábase de pronto el rodar de las maquinillas acompañado del griterío de los obreros ocupados en la descarga. El buque no podía zarpar hasta después del amanecer. Aguardaba el capitán a que subiese la marea para remontar el río.

Las luces de unas pocas tabernas y casas de juego brillaban aún, pero evitando la tentación, pararon delante de varias tiendas cerradas, y llamando repetidamente después del consiguiente griterío, consiguieron hacer levantar de sus camas a los propietarios y obligándoles a desatrancar las puertas de sus almacenes y a exponer sus géneros a los importunos visitantes.

Y mientras los marineros procedían diligentemente al amarre del buque, continuaban sonando las músicas, los lejanos vivas, y un griterío de saludo cruzábase entre las gentes aglomeradas en las bordas y el negro hormiguero humano. ¿A usted le espera alguien? preguntó Isidro, como si le doliese que ellos dos fuesen los únicos que no tuvieran un amigo en el muelle. Fernando no supo qué contestar.

Se produce una gran emoción. Al griterío de hace un segundo sucede un silencio imponente. Estamos como en el circo, cuando para la música y se avecina el ejercicio peligroso. El empleado comienza a echar las cartas, y el encarnado saca dos. ¿Otra vez dos? ¡Malo! ¡Malo...! Ahora quiebra la racha... Y, en efecto, quiebra la racha. El negro gana.

El gigante, atraído por sus risas y queriendo ver el espectáculo de más cerca, se tendió de bruces en la arena, apoyándose después en ambas manos para sacar su cabeza por encima del palacio. Un griterío de mil voces acogió la aparición de este rostro gigantesco que iba elevándose poco á poco sobre el palacio como surge el sol por detrás de las montañas.

Palabra del Dia

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