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Actualizado: 17 de junio de 2025


La vieja, y el bufón, hablando quedo y suspirantes, bajan a franquear la puerta al marinero. En la antesala el viento se retuerce ululante y soturno. Las vidrieras, tan pronto se cierran estrelladas sobre el alféizar, como se abren de golpe, trágicas y violentas. El marinero llega acompañado de los criados y se detiene en la puerta, sin aventurarse a dar un paso por la estancia oscura.

Aquí, en este plato del centro dijo el bufón estremeciéndose ; esa pera que tiene un lazo negro y rojo. Pero ¿para qué quieres ese veneno? Para un último caso. ¿Pero qué último caso es ese? Que don Juan no quiera seguirme. Mientes; no hay nada preparado para una marcha. Pues yo os aseguro, Manuel, que el viaje se hará.

¿Quién vivirá en esa casa? dijo el tío Manolillo parándose, cuando vió que en aquella casa habían entrado el sargento mayor y la Dorotea, y había vuelto á cerrarse la puerta. ¿Os interesa mucho el saber quién vive en esa casa? dijo el cocinero mayor. Lo averiguaré dijo el bufón como contestándose á mismo á la pregunta que á mismo se había hecho poco antes.

Por donde quiera que pasaba, quedaba un rastro de sangre. Al fin bajaron al piso bajo, y el bufón señaló un rincón oscuro en una sala lóbrega. Dejémosle aquí dijo.

Era el bufón del rey un hombre como de cincuenta años, pequeño, rechoncho, de semblante picaresco, pero en el cual, particularmente entonces que estaba encerrado con Quevedo, y no necesitaba encubrir el estado de su alma, estaba impresa la expresión de un malestar roedor, de un sentimiento profundo, que daba un tanto de amargura infinita á su ancha boca, cuyos labios sutiles habían contraído la expresión de una sonrisa habitual, burlona y acerada cuando estaba delante del mundo, sombría y dolorosa entonces que el mundo no le veía.

No comprendo... no comprendo cómo... ¿Cómo estoy aquí? Yo soy brujo, duque. Desconcertóse de una manera tal Lerma, que el tío Manolillo soltó una carcajada hueca, larga, pero de un sonido, de una expresión tal, que se le crisparon los nervios al duque. Estoy aquí dijo el bufón , porque estoy: te tengo en mis manos, porque eres un traidor, un villano.

Y volvióse bruscamente hacia el almenar, y poniendo en él las manos, exclamó con ronca voz entre las tinieblas: ¡Ah! ¡infame alcázar, cueva de la tiranía, almacén de pecados, arca de inmundicias, maldígate Dios, maldígate como yo te maldigo! ¡Oh!, , maldiga Dios estos alcázares de la soberbia, donde sólo se respira un aire de infamia exclamó el bufón.

Todo consiste en que el padre Aliaga es tan loco como yo. ¿Me queréis explicar eso, tío Manolillo? dijo el fraile. Con mil amores, pero dame otro plato, Felipe; nunca hablo mejor que cuando tengo la boca llena. El rey empujó otro plato hacia el bufón.

El bufón se retiró sin ruido, la miró un momento al través de la abertura del tapiz con una mirada profunda, en que había tanta ternura hacia ella, como amenaza, como cólera hacia los que causaban el doloroso estado de la joven. Está sola dijo y entró con él; él debe estar con la otra; busquemos otro camino; es necesario saber de lo que tratan esos miserables.

Comprendí que el bufón del rey no me diría una palabra más acerca de vos, y no volví á preguntarle. Pero me habíais llenado, el alma no, ni el corazón, sino los sentidos; ardía por vos, Dorotea. Por lo mismo que sabía que yo no podía contar con vos, que vos no podíais ser para más que el primer amante... ¡Oh! exclamó Quevedo. Me reí de vos.

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