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Actualizado: 17 de junio de 2025
Gracias, muchas gracias, señor, porque habéis venido dijo la joven sacando un magnífico brazo de debajo de las ropas y estrechando una mano del duque . Tengo que hablaros gravemente. Manuel, amigo mío; hacedme el favor del dejarme sola con su excelencia. El bufón se levantó y salió en silencio, pero no sin haber dicho antes con una profunda mirada al duque: Os mando hacer todo lo que ella quiera.
Y tú has cometido la imprudencia de decirle que el venir á tu casa podía robarle la paz de la suya... tú no quieres vengarte. Os juro que me vengaré; que me vengaré de una manera cruel. El bufón movió la cabeza en un ademán de duda, de incredulidad. Sí, me vengaré insistió ella. ¿Y cómo? Ya lo veréis. No... adivino. Yo haré de modo que en su vida me olvidará.
¡No, no querrá Dios!-dijo de una manera profunda el tío Manolillo ; no pensemos en eso. Me voy y te dejo solo, Felipe; pero cuidado con que te metas con mi Dorotea, porque... ¿Por qué? Porque me volveré loco, tendrás que hacer de Lerma tu bufón, y su excelencia te divertiría muy poco: adiós. Y el tío Manolillo salió, dejando sólo en su cámara á Felipe III.
De repente una voz seca, vibrante, particular, dijo con acento de amenaza, viniendo de la dirección opuesta á la que llevaban el tío Manolillo y doña Clara: ¡Alto allá! que en noches tan obscuras es bueno evitar tropiezos. El bufón se detuvo al escuchar aquella voz y retrocedió. ¡Quevedo! exclamó doña Clara.
¡Ah! exclamó el bufón, como un hombre que despierta ; pensaba. ¿Y qué pensábais? ¡Qué sé yo! era uno de esos pensamientos, que piensan en nosotros. Metafísico estáis. Y que nosotros no pensamos en ellos. Continuad. Que se vienen... y que se van... Una idea eterna... Eso es... Un combate... No, un tirano... Téngoos lástima... ¡Ah! El tío Manolillo tiene unas cosas muy singulares dijo Dorotea.
Como los profetas, como los oradores, como todos los que triunfaron con el gesto, el actor necesita ser bello. A despecho de los siglos, Grecia y Roma viven en nosotros. Adoramos la línea. A «Cuasimodo» le perdonamos el extravío de su espina dorsal, porque sabemos que, bajo su joroba de bufón, hay un buen mozo. Lo demás es obra del instinto».
¡Ah! dijo el bufón cambiando de aspecto de una manera singular : vos, padre Aliaga, sois un santo y llegaréis á mártir, y tú, hermano Felipe, aunque eres tonto, no eres malo. Dios os lo pague á los dos: á ti, por tu indulto, hermano rey, y á vos, por vuestra absolución, padre Aliaga. Hubo un momento de silencio. El tío Manolillo se había levantado y llenaba lentamente de vino una copa.
No has sabido empezar á vengarte... á vengarte de una manera horrible. ¿Qué hubierais hecho vos en mi lugar? ¿Qué hubiera yo hecho? exclamó el bufón sonriendo de una manera espantosa, y dejando ver su blanca dentadura que se entrechocaba. ¿Qué hubiera hecho yo?
Hizo el acaso que, distraídos bufón y cocinero, pensativos ambos y no habiendo podido verse á distancia á causa de la niebla, se dieran un encontrón formidable. ¡Por mis desdichas! exclamó al sentir el choque el cocinero mayor. ¡Cien legiones de demonios! exclamó el bufón. ¡Tío Manolillo! exclamó el cocinero acercándose á él con ansia ; Dios os envía. Y á vos el diablo, para que me detengáis.
No lo sé contestó el bufón ; yo no me detuve más que á recoger la criatura, la envolvi en mi capa y me volví á la casa de vecindad. No. ¿Pues por qué me preguntáis por ella? Continuad. Cuando conozcáis á Dorotea, sabréis cuán hermosa era Margarita. ¡Margarita! exclamó el padre Aliaga, poniéndose letalmente pálido. ¡Se llamaba Margarita! observó maquinalmente el rey.
Palabra del Dia
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