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Actualizado: 17 de junio de 2025
¡Vos me conocéis!... exclamó la Dorotea más que eso... Vos conocéis á mis padres... ó los habéis conocido... Mi madre se llamaba Margarita. Es verdad. ¿Y dónde está mi madre? preguntó juntando sus manos y con voz anhelante Dorotea. ¡En el cielo! contestó con voz ronca el bufón. ¡Ah! exclamó la Dorotea. Y dejó caer la cabeza, y guardó por algunos segundos silencio.
Pidieron pan, carne y vino, y se pusieron á comer y á beber vorazmente, sin dejar por ello de hablar. Según lo que yo he entendido dijo el bufón , vos tenéis la culpa de todo, señor Francisco Montiño. ¿De qué tengo yo la culpa? De lo que á entrambos nos está sucediendo. A mí me suceden muchas cosas malas. A mí no me suceden menos cosas peores que las vuestras. ¡Peores! yo no tengo mujer.
Cubríos antes con vuestro manto; de seguro el bufón del rey ha vuelto á su aposento, no os ha encontrado, y os anda buscando como un tigre; procuremos, pues, que no nos encuentre, y aprovechemos esta hora en que aún no se ve bien claro. Vamos, sí, vamos; tengo impaciencia por vengarme.
¡Ah! ¡el alguacil Agustín de Avila! exclamó el bufón, y pasó por sus ojos un relámpago de muerte. Pero de repente apretó de nuevo á correr, exclamando: Lo otro es primero... la reina... ¡Dios mío! Y entró en el patio del alcázar. Allí, de una manera involuntaria, superior á su resistencia, se detuvo de nuevo, y miró á una torre almenada que se veía por cima de las galerías en un ángulo del patio.
Paciencia y calma, y dejemos que corra el ovillo dijo el bufón. Una ráfaga de viento arrastró las palabras de Quevedo y del tío Manolillo. Habíase distraído Quevedo, y cuando volvió á mirar, vió que don Juan de Guzmán mostraba á Luisa un objeto envuelto en un papel, sobre el cual arrojó una mirada medrosa Luisa. No, no repitió la joven . ¡Qué horror!
Por aquí dijo el bufón. Y siguió por el pasadizo. A los cien pasos abrió una puerta, y siguió por el mismo pasadizo, que se ensanchaba algo más. A los pocos pasos se detuvo junto á una puerta situada á la izquierda. Mirad dijo á Quevedo : esta puerta secreta corresponde al dormitorio de su majestad. ¡Ah!, ¿y para qué os detenéis? ¿qué vamos á hacer en el dormitorio de la reina?
¡Ah! ¿y quién es? La Dorotea. ¡La querida del duque de Lerma! Eso es. ¡Y esa mujer...! Está loca por don Juan. ¿Y esa mujer puede...? Ya lo creo... pero si os ayuda, será necesario que vos la ayudéis. Y el rostro del bufón, al decir estas palabras, tenía algo de terrible. Vamos, pues, vamos dijo Montiño alentando una esperanza ; ¿y está muy lejos la casa de esa comedianta?
Quedóse profundamente pensativo Quevedo como si hubiese sentido la mirada del bufón en lo más recóndito de su alma, y luego levantó la cabeza, y fijó en Manolillo una mirada profundamente grave y dominadora. Dios sabe á dónde vais vos, á dónde voy yo dijo ; pero si me conocéis tanto como decís, saber debéis que, como me cuesta el andar mucha fatiga, nunca doy pasos en vano.
Su semblante, que hasta allí había ido sombrío, pálido, contraído, se dilató; su boca estereotipó su maliciosa é insolente sonrisa de bufón, sus ojos bizcos empezaron á moverse y á lanzar miradas picarescas, y su andar, sus ademanés, todo se trocó. Sacó del bolsillo un cinturón de cascabeles y se le ciñó. Luego atravesó dando cabriolas las galerías de palacio.
Sonrojóse vivamente el duque al verse tratado de tal modo por el bufón en presencia de una tercera persona, y balbuceó algunas palabras. El bufón adelantó lento y sombrío.
Palabra del Dia
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