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Aquella señora que Rafael se imaginaba allá en Madrid con todos los esplendores y adornos que el Padre Eterno tiene en los altares, vencida por telegramas y súplicas, prolongaba la vida del sentenciado. El indulto produjo en la cárcel un estrépito de mil demonios, como si cada uno de los presos hubiera recibido la orden de libertad.

Paulo 4.º extendió este indulto á todo el reino de Portugal á instancia de D. Juan 2.º, y á todo Aragon á instancia de Felipe 3.º, y Urbano 8.º la canonizó en 25 de mayo de 1625. Trasladado el convento de Santa Clara al monte de Nuestra Señora de Esperanza, se trasladó tambien el cuerpo de la Santa.

La desgraciada mujer había venido de muchas leguas lejos, a solicitar el indulto, y alojaba en una casa sucia y miserable de uno de los barrios extremos de Madrid. Allá a la noche me sentí fatigado, cual si hubiera pasado el día trabajando, cuando no hice otra cosa que errar distraído por las calles, y me acosté temprano.

No era tan bruto como le creían. Había consultado a un abogado de Valencia, que se había reído de él y del indulto. Tenía que dejarse coger, cargarse con paciencia los doscientos o trescientos años que podrían salirle en innumerables sentencias, y cuando hubiese extinguido una parte de presidio, como quien dice de aquí a cien años, podría venir el tal indulto. ¡Recristo!

Cachucha bajó con ligereza del caballejo y corrió hacia la casa por donde había desaparecido el perro, agitando el sable en el aire con nerviosa mano y exclamando con toda la fuerza de sus pulmones: ¡Compañeros, salvemos a nuestro padre, salvemos a nuestra providencia! =El indulto= Don Salvador Bueno era el vecino más respetable, más sabio, más caritativo y más rico del pueblo.

Apoyando la mano en el hombro de él, su mujer miró los garrapatos que trazaba con febril mano sobre un papel. «Ved aquí fijados los puntos capitales balbucía él, escribiendo . Solidaridad de sustancia espiritual. La encarnación es un estado penitenciario o de prueba. La muerte es la liberación, el indulto o sea la vida verdadera. Procuremos obtenerla pronto...».

Muy de mañana, yerto de frío y nervioso de impaciencia, esperó a Julia en la Plaza Mayor, viéndola llegar como el reo de muerte a quien le trae el indulto. La chica venía esperanzada en que sus palabras se trocarían pronto en buena propina, y sin dar tiempo a que él desplegase los labios, dijo: Hoy que tengo cosas que hablar con usted. Pero ¿qué le ha hecho usted a mi señorita?

«Suplico á V. M., decía al primero, se acuerde de lo que por su grandeza y benignidad me tiene ofrecido tocante á la redención de mi mujer é hijos y á la restitución de mis bienes... Ya es llegada la hora y coyuntura de mostrar V. M. su natural de piedad en el caso más piadoso destos siglos, en el cumplimiento de su palabra real... Habrá V. M. hecho una obra en gracia del cielo, en gloria suya con las gentes, en mérito para con Dios... Porque el Rey de España pensaría que aquellos artículos y promesas habían sido ceremonia, y lo recibiría como por seguro y permisión de la ejecución de mi perdiciónAvisábale que Felipe II había de poner por condición en el tratado el indulto del Duque de Aumale, refugiado en Bruselas, y que nada más natural que estipular en cambio el suyo.

Llegaba la muerte; pero a gran velocidad, por el telégrafo. Al decirle un empleado que su mujer con la niña que había nacido estando él preso rondaba la cárcel pidiendo verle, no dudó ya. Cuando aquélla dejaba el pueblo, es que la cosa estaba encima. Le hicieron pensar en el indulto, y se agarró con furia a esta última esperanza de todos los desgraciados. ¿No lo alcanzaban otros? ¿Por qué no él?

Agasajó Orellana á los aprensores, tratándolos con la mayor humildad y blandura. Franqueóles el indulto general que pidieron, por haberse unido al rebelde cuando pasó por su pueblo, á cuya determinacion les obligó ver retrocedida con tanta precipitacion, dejándolos abandonados y espuestos al castigo que justamente merecian, y que sin duda hubieran experimentado para escarmiento de los otros.