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940 "Este es otro barullero que pasa en la pulpería predicando noche y día y anarquizando a la gente: irás en el contingente por tamaña picardía." 941 "Dende la anterior remesa vos andás medio perdido; la autoridá no ha podido jamás hacerte votar: cuando te mandan llamar te pasás a otro partido."

Gran hombre; pero yo pensaba: 'No te valen tus filosofías; en buena te has metido, y ya verás la que te tenemos armada'. Habló después Castelar. ¡Qué discursazo!, ¡qué valor de hombre!, ¡cómo se crecía! Parecíame que tocaba al techo. Cuando concluyó: 'A votar, a votar...». Jacinta volvió a salir sin decir nada.

Parece una culebra que rodea todo el edificio y que ahora se desenrosca... ¿Ve usted?... la punta se extiende hacia las rampas». «Soldados son dijo en voz baja el general, y en el mismo instante entró Zalamero con medio palmo de lengua fuera, diciendo: «La votación sigue: la ventaja que llevaba al principio Salmerón, la lleva ahora Castelar... nueve votos... Pero aún falta por votar la mitad del Congreso...». Ansiedad en todas las caras... A me tocaba entonces ir allá, para traer el resultado final de la votación... Tras, tras... cojo mi calle del Turco, y entrando en el Congreso, me encontré a un periodista que salía: «La proposición lleva diez votos de ventaja.

Y Brull, orgulloso del mandato, salía como un rayo entre el estrépito de los timbres que llamaban los diputados a votar y las correrías de los ujieres.

En realidad, un escritor no tiene verdadera independencia de pensamiento mientras no puede vivir de su pluma, y algo de esto ocurre también con el elector. ¿Sabe usted lo que yo he tenido que hacer en las elecciones pasadas para valorizar un tanto mi derecho de elector? Pues he tenido que votar dos veces: una por un candidato monárquico, y otra, por un republicano.

Entonces negoció con el Gobierno, y luego que el Gobierno le ofreció su apoyo, a fin de derrotar al diputado de D. Paco y elegir en lugar suyo al ya nombrado D. Jaime Pimentel, D. Acisclo se afanó por convertir su minoría en mayoría, trayendo a a los neutrales y vacilantes, y procurando, sobre todo, sacar de sus casillas y lanzar en la lucha a no pocos que jamás quieren votar ni mezclarse en política, tal vez porque no ambicionan empleos.

Cuando volví a encontrarlo, por la noche, estaba triunfante: Napoleón III lo había recibido entre dos puertas, escuchado durante cinco minutos y despedido con su frase ordinaria: «Veré... pensaré en elloSin más que eso, el cándido japonés intentaba ya adquirir en arrendamiento el primer piso del Gran-Hôtel, poner comunicados en los periódicos, publicar prospectos; costome gran trabajo hacerle comprender que Su Majestad quizá se tomase mucho tiempo para reflexionar y que, mientras, lo más conveniente sería que volviera a Munich, donde la cámara estaba precisamente a punto de votar un crédito para la adquisición de sus grandes colecciones.

Lo menos repartió ocho mil duros al diez por ciento, sin más garantías que pagarés sencillos, libertando así a gentes amarradas por D. Paco, con escritura pública y dinero prestado al quince. Todo elector de Villafría iba antes a votar a un lugar cercano, porque en Villafría no había mesa.

Pignorate me dijo que iba a meter a un muchacho en la cárcel, pero ya verás como no lo consienten sus padres. Vamos, qué tenéis una sociedad para prestar a menores y luego... lo arreglan sus familias. Así, tan crudo... no; pero el que quiera dinero para vicios que lo pague... ¿Y después? Me metí en el Congreso. Tenía que votar con el gobierno, por pura disciplina, una gran picardía.

El banderillero había permanecido hasta pasado mediodía con los compañeros de comité «trabajando por la idea». ¡Maldita corrida, que venía a interrumpir sus funciones de buen ciudadano, impidiendo que llevase a las urnas a unos cuantos amigos que se quedaban sin votar si él no iba por ellos!