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Entraron a don Quijote en una sala, desarmóle Sancho, quedó en valones y en jubón de camuza, todo bisunto con la mugre de las armas: el cuello era valona a lo estudiantil, sin almidón y sin randas; los borceguíes eran datilados, y encerados los zapatos.

Vuelto a América, vémosle en la escuela de Clarke, en Richmond, en donde al mismo tiempo que se nutre de clásicos y recita odas latinas, boxea y llega a ser algo como un champion estudiantil; en la carrera hubiera dejado atrás a Atalanta, y aspiraba a los lauros natatorios de Byron.

Las novelas francesas le trasladaban a aquel París que obscurecía el Madrid apenas conocido en su época del doctorado; los relatos de amores despertaban en su cuerpo de joven y virtuoso, sin otros deslices que los vulgares desahogos de la crápula estudiantil, un ardor de aventuras y de complicadas pasiones en el que latía algo del intenso fuego que había consumido a su padre.

Vino a Buenos Aires, la suspirada Buenos Aires, ciudad deslumbradora y áurea, escenario indispensable a todas las consagraciones, no sin antes haber dado pruebas de su carácter enérgico encabezando una revuelta estudiantil en el colegio nacional de Mendoza, donde cursó estudios secundarios.

A la mañana siguiente, Maltrana salió muy temprano, dirigiéndose a la calle de Atocha para esperar en la puerta de San Carlos a un antiguo camarada de la época estudiantil, que ya era doctor y ayudante en una clínica.

Al lavarse en una palangana estudiantil, angosta y pobre, Febrer tuvo un gesto de tristeza. «¡Ah, miseria!...» Le faltaban las más rudimentarias comodidades en aquella casa de un lujo señorial y vetusto que los ricos modernos no podían improvisar.

No podemos llamarles lechuguinos netos; pero tampoco podía decirse de ellos que carecían de toda distinción y elegancia. Eran amigos íntimos, que compartían sus fatigas y sus goces, las fatigas de la pobreza estudiantil y loa goces del aura popular, conquistada con artículos de periódicos y discursos en el club.

La juventud estudiantil, esperanza de la patria, ha venido aquí una noche, armada de mazas y de picos, y la ha asaltado románticamente, pero la valla sigue incólume. Hasta las autoridades gubernativas se propusieron echarla abajo, sin que su gestión obtuviera éxito ninguno... Y ¿qué se puede esperar de un pueblo que, todo él, no logra demoler una pobre valla de maderas carcomidas?...

Sigo yo, cargando el abrigo y la exigua maleta estudiantil, y buscando a mis tías. ¡En vano! ¡No estaban allí! Se habrían retardado.... Creerían que la diligencia llegaba más tarde.... Me dispuse a salir cuando sentí que me tocaban el hombro. ¡Aquí estoy! ¿Ya no me conoces? ¿No me conoce usted? Soy Andrés.

Y como ni la casada ni la soltera, ni con sonrisas, ni con miradas, ni recibiendo de dulce modo indescriptible, aunque inequívoco, las miradas y las sonrisas de él, habían dado motivo a que él considerase que la una o la otra, o ambas, estaban ya, predispuestas a recibir la carta, creía una absurda temeridad escribirles: lo miraba como un acto de delirio estudiantil, como un arrebato de hortera o de mozo de café, que en un Conde tan discreto, atildado y hábil como él; que en un hombre de mundo, conocido en todos los salones de Europa, casi no tenía perdón ni disculpa.