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Actualizado: 4 de junio de 2025
Llegamos a la calle de la Santísima Trinidad y en un cuarto bajo, oscuro y humildísimo, había hasta dos docenas de personas de diferentes edades, aunque abundaban más que los viejos los jóvenes, todos alegres y bulliciosos, como grey estudiantil, vestidos de voluntarios los unos y con sotana un par de ellos, si no estoy trascordado.
En uno de los libros, al abrirle al acaso, tropezaron mis ojos con un nombre de mujer: ¡MATILDE! Así, entre dos admiraciones, como un grito de alegría, como la expresión de la más dulce esperanza, como la confesión de un afecto sofocado en el pecho, que un día se nos escapa irresistible y delata ante la malicia estudiantil, ante la cruel y dura indiscreción de los condiscípulos, que una mujer de ese nombre tiene en nuestro corazón un altar, donde recibe culto y homenajes; donde sólo ella reina, señora de todo afecto puro, dueño de todos los pensamientos, soberana de nuestro albedrío.
Cursó estudios secundarios en el Colegio Nacional de Mendoza; allí encabezó una revuelta estudiantil para obtener reformas de la enseñanza y cambios en las autoridades docentes. En 1876 se trasladó a Buenos Aires, ingresando al Colegio Militar; en 1883 emprendió estudios universitarios, graduándose en Derecho en 1888.
Mientras la turba estudiantil iba y venía buscando nidos en los árboles, o, vigilada por el Padre Rector, jugaba al salta-cabrillas, yo me tendía en la hierba, y dejaba que mi pensamiento volara más allá de la populosa ciudad, más allá del obscuro lago de Texcoco.
Los alemanes bailan el vals voluptuoso y alegre, o con el bock en la mano entonan el Gaudeamus igitur, el himno estudiantil a la gloria de la vida material, libre de cuidados. El francés canta entre carcajadas espontáneas y danza con los miembros sueltos, saludando con una risotada sus posturas de una fantasía simiesca.
Y poniendo su trémula mano en mi cabeza, alisó mis desordenados cabellos, y mostrándome unas tijeritas me dijo dulcemente, en voz baja, como si temiese ser oída: ¿Corto? Corta. En vano charló el P. Herrera esa noche. Nos contó memorias de su vida estudiantil; pero no consiguió alegrarnos, y cuenta que el buen anciano tenía mucha gracia para conversar. Todos estábamos tristes.
Me resigné a dejar los libros y a renunciar a las alegrías de la vida estudiantil, para buscar en Villaverde lo que tal vez no faltaría: un destinejo que me proporcionara cada mes algunos duros. Confiaba yo en la bondad de mis paisanos, en la benevolencia de nuestros amigos, para quienes no era un misterio la situación precaria de mis tías.
Pero él juró que había salvado a la República y el Senado le declaró, con justicia, Padre de la Patria". El profesor de Derecho Romano por poco no se levanta para abrazarte. Después de recordar ambos otras incidencias de la pasada vida estudiantil, Julio le invitó a contar el motivo de su preocupación.
El P. Fernandez se mordía los labios. Esas son muy duras acusaciones, dijo, y usted traspasa los límites de nuestra convencion. No, Padre; sigo tratando de la cuestion estudiantil.
Palabra del Dia
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