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Más pienso que os costarían Las randas de un telarejo Que una legión de fregonas. No juzgaras mis deseos 1320 Por el camino que dices, Si te dijera el espejo El despejo de tu talle. DO

Anton García, T. de seda 1514 Alonso Nuñez, T. de raso 1534 Hernando Dávila, T. de tocas idem Juan del Castillo, T. de damascos idem Alonso de Carvajal, Cristóbal Alameda y Bartolomé Barrasa, Ts. de terciopelo idem Antón Ramirez T. de oro y sedas idem Virgilio Ximénez, T. de mantos idem Juan de Illescas, T. de oro tirado idem Lucas Sánchez, T. de randas 1548 Pedro de Espinosa, T. de terciopelo 1555 Juan de Arva y Manuel Fernándel, Ts. de tafetán 1575 Diego de Lara, T. de buratos idem Diego de Agüero y Diego de la Cruz, Ts. de brocados 1576 Francisco Pérez de Morales, T. de damasco y terciopelo. 1598

Por centenares podríamos haber consignado nombres de tejedores, á partir del siglo XV, y como muestra no más, quedan citados algunos, para conocimiento de las diversas telas que produjeron: sirgos, cendales, oro y sirgo, terciopelo, oro y seda y paños reposteros en los siglos XIV y XV. En el XVI cítanse ya tejedores de damasco, de seda, de raso, de tocas, terciopelos, oro y seda, mantos, oro tirado, randas, tafetanes, buratos y brocados; y en el XVII y XVIII húbolos que hacían también pasamanos y rasos y paños de seda y oro.

Tomando a Lucía y a Artegui por recién casados, se puso lisonjera, insinuante, pesadísima, y se empeñó en enseñarles un equipo completo, barato, de lo más distinguido; echó sobre el mostrador brazadas de prendas, una marea de randas, de bordados, de cintas y de batista.

Entraron a don Quijote en una sala, desarmóle Sancho, quedó en valones y en jubón de camuza, todo bisunto con la mugre de las armas: el cuello era valona a lo estudiantil, sin almidón y sin randas; los borceguíes eran datilados, y encerados los zapatos.

-Por el Dios que me sustenta -dijo don Quijote-, que si no fueras mi sobrina derechamente, como hija de mi misma hermana, que había de hacer un tal castigo en ti, por la blasfemia que has dicho, que sonara por todo el mundo. ¿Cómo que es posible que una rapaza que apenas sabe menear doce palillos de randas se atreva a poner lengua y a censurar las historias de los caballeros andantes? ¿Qué dijera el señor Amadís si lo tal oyera?

Algo de original, independiente y heroico había en este plan, que gustó al campamento, por lo que se ratificó la confianza a Edmundo, enviándose a Sacramento por unos pañales. Cuidado dijo el tesorero poniendo en manos del enviado un saco de arena aurífera que se pudo encontrar; encajes, trabajos de filigrana y randas... todo lo que sea menester.

Aquello producía la vaga impresión de una fiesta de iglesia, de sotanas rojas bajo albas de encajes, de dorados de altares rodeados de randas de hilo... Sin embargo, mis más gratos recuerdos en materia de naranjas proceden de Barbicaglia, un gran jardín junto a Ajaccio, donde pasaba yo la siesta durante las horas de calor.

Mientras unos encendían las velas del altar y desdoblaban los sagrados manteles con primorosas randas, obra de doña Cristina, el hijo y sus amigos más íntimos se revestían á la vista de los fieles, cubriéndose con albas y doradas casullas, colocando en sus cabezas graciosos bonetes.

Pálido y frío estaba en su cama de randas y colgaduras el emperador, y los mandarines todos lo daban por muerto, y se pasaban el día dando las tres vueltas con los brazos abiertos, delante del que debía subir al trono. Comían muchas naranjas, y bebían con limón. En los corredores habían puesto tapices, para que no sonara el paso. No se oía en el palacio sino un ruido de abejas.