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Actualizado: 15 de julio de 2025
Sufría privaciones; el hambre rondaba en torno de él señalándolo como uno de sus siervos; pero pertenecía, por su aspecto y sus costumbres, a la raza de los felices. Era un señorito.
Los años habían encorvado algo su cuerpo, aunque no pasaban de cuarenta y ocho los que tenía; y en la época en que le conocemos sufría todavía de la vista á consecuencia de haberle vaciado encima una espuerta de cal viva los sitiados de Bergerac, cuando el barón dirigía el asalto de aquella plaza al frente de los veteranos de Derby.
Se resignó al enterarse de que el vigoroso príncipe sufría náuseas cada vez que intentaba saborear esta depravación asiática. Y mientras él encendía un habano, Alicia sacó de una caja de plata los cigarrillos que fumaba en presencia de los «no iniciados»: tabaco oriental, pero bien rociado de opio.
Desde la escuela se le conoció el carácter turbulento y arrebatado. De los libros se cuidaba poco; pero antes de los ocho años ya sufría de penas de hombre. Tenía una pierna más corta que la otra, aunque eso no le quitaba los bríos, y se hizo el dueño de la escuela a fuerza de puños, como Keats: él mismo cuenta que de siete batallas perdía una.
Tal vez por no serlo y por hallarse muchos países vejados, humillados y oprimidos por razas conquistadoras y por gobiernos despóticos, les fue fácil conquistarlos. Tal vez fueron recibidos como libertadores en algunos países, ó el pueblo al menos se sometió con docilidad á su yugo, no hallándole más pesado que el que antes sufría.
Estaba bastante enamorado para hacer un matrimonio pobre siendo él rico y no debiendo sufrir por ese ligero sacrificio ni en sus costumbres ni en sus gustos refinados; pero afrontar la medianía, ni aun con la mujer amada, era superior a sus fuerzas y a su valor. ¡Pobre Liette! ¡Qué pena va a tener! murmuró con cierta fatuidad. También él sufría... pero no mucho.
¡Perfectamente! dijo Rocchio, temblándole las manazas, con ganas de hacer una atrocidad, porque era la tercera acometida que sufría su bolsillo aquel día. ¿De modo que usted también me planta? ¿y con qué voy a pagar yo las acciones compradas a su nombre y por su orden? ¿Sabe usted que ya me andará buscando el vendedor, y que si no le pago saldré a la vergüenza en la pizarra?
Había una persona a la cual podía contar lo que sufría y lo dijo con tan sincero acento que casi llegó a imaginarse que él mismo creía en la sinceridad de su dolor. Sí dijo Antoñita, por lo mismo que he sospechado que estaba usted aquí entregado al dolor, he venido a suplicarle que venga a la sala. Iré. Deje usted solamente que se sequen mis lágrimas.
Si la madre de Juana hace mucho que no figura en las páginas de este relato, es porque no teníamos nada que decir que el lector no haya adivinado. Una palabra bastará, sin embargo, para llenar este vacío. La señora de Latour-Mesnil se moría poco a poco, a causa del bello casamiento que le había hecho hacer a su hija. Sufría de una afección al hígado, complicada con graves desórdenes del corazón.
¿Qué piensa usted de su patrón? ¿Lo cree usted capaz de haber cometido un delito como ese? La mujer vaciló durante un momento, pero luego contestó resueltamente: No. ¿Por qué cree usted que no? Quería mucho a la señora cuando se conocieron. La quería locamente. ¡La consoló tanto de sus dolores! ¿Qué dolores? La señora sufría, estaba mortalmente dolorida.
Palabra del Dia
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