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El viejo habíase sentado en una silla baja, apoyando su espalda en el lecho, y con la cabeza inclinada parecía sumido en dolorosa reflexión. Doña Manuela, lloriqueando, fijaba sus ojos con expresión interrogante en el implacable hermano, como si le pidiera misericordia.

Y fijaba su mirada en el médico, con la misma expresión de lúbrica generosidad con que muchas veces le había invitado á seguirla cuando le encontraba en el campo. Después contempló el cadáver fríamente, sin emoción, y al tropezar su mirada con las botas de charol rompió á reír. ¡Rediós! ¡Pus ya podía yo anoche esperar mis botas!...

Pero el P. Irene, albacea y ejucutor testamentario, rechazó una y otra proposicion y mandó vistiesen al cadáver con cualquiera de sus antiguos trajes, diciendo con santa uncion que Dios no se fijaba en vestiduras. Las exequias fueron, pues, de primerísima clase.

Sabel fijaba pesadamente en Julián sus azules pupilas, siendo imposible discernir en ellas el menor relámpago de inteligencia o de convencimiento. Al fin articuló con pausa: Yo qué quiere que le haga.... No me voy a reponer contra mi señor padre. Julián calló un momento atónito. ¡De modo que quien había embriagado a la criatura era su propio abuelo!

Feli se fijaba en la hija de Teodora, una joven de catorce años, casi una niña, toscamente vestida de luto y con un aire de resignada tristeza, como si fuese una monja obligada a vivir en el mundo. Es viuda, señorita decía la vieja . Se le murió el marío a los dos años de vivir juntos... Ya no podrá casarse nunca: lo prohíbe nuestra ley. La mujé no debe tener mas que un marío.

Quise lanzar un grito, pero el miedo que Roberto me inspiraba me oprimió la garganta; sólo un suspiro se escapó de mi pecho, y lo contuve por fuerza, al ver que su mirada inquieta se fijaba en mis ojos. No te preocupes de dije violentándome para sonreír. ¡Con tal de que ella siga mejor!

¿Lo permite usted? preguntó Amaury, mientras que Antoñita fijaba en su tío con ansiedad la mirada. ¿Y por qué razón he de prohibir que dos hermanos se comuniquen su dolor y rieguen una misma tumba con sus lágrimas? ¿Y usted consiente, Antoñita? preguntó Amaury. Si eso puede proporcionarle algún consuelo... murmuró la joven bajando los ojos, mientras sus mejillas se teñían de un vivo rubor.

Mujer, no te irrites.... No quiero hacer creer que necesito limosnas; soy pobre, pero aún tengo para no morirme de hambre, y sobre todo, con orden y economía, sin querer aparentar más de lo que realmente se tiene, lo pasa cualquiera tan ricamente. Y estas palabras las subrayó el viejo con el acento y la mirada burlona que fijaba en su hermana.

No se fijaba en el rostro ceñudo de doña Bernarda, cansada ya de preguntarle si estaba enfermo y de oír la misma respuesta: No, mamá; es que trabajo de noche; un estudio importante. La madre tenía que contenerse para no gritar: ¡Mentira! por dos noches había subido a su cuarto, encontrando cerrada la puerta y obscuro el ojo de la cerradura. Su hijo no estaba allí.

Me sonreía como á alguien que se recuerda con vaguedad, pero tal vez creyéndome, otro. Fijaba sus ojos en Monte-Carlo, que estaba á nuestros pies, á vista de pájaro. Así debe pasar las horas y las semanas. Su cara es de palo, de arcilla cocida; habla poco, y nadie puede adivinar sus impresiones.