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Cinta fijaba su vista en el almanaque como la esposa de un empleado la fija en el reloj. Tenía la certeza de que, transcurridos dos meses, le vería aparecer de nuevo viniendo del otro lado de la tierra, cargado de regalos exóticos, lo mismo que un marido que vuelve de la oficina con un ramo comprado en la calle.

Llenó hasta los bordes el plato de la preciosa americana, que fijaba resueltamente en él la mirada de dos grandes ojos en los que brillaba la franqueza, la osadía y el contento. Los ojos de Juan pagaban a miss Percival en la misma moneda.

Había un escritorio de caoba entre unos bonitos muebles y sillones de terciopelo. Había también cuatro cuadros con marcos dorados. Pero el objeto en que Marta fijaba los ojos, era un cofre con fuertes herrajes que estaba al pie del pupitre.

Chisco me miraba de reojo y hasta se sonreía un poquillo, particularmente cuando se fijaba en mi calzado, y, sobre todo, cada vez que me veía resbalar en la arcilla blanda o sobre las lastras de los encalabrinados senderos.

A veces sucedía que Marner, al detenerse para arreglar algún hilo irregular, notaba la presencia de los chicuelos. Aunque fuera avaro de su tiempo, le desagradaba tanto que lo importunaran aquellos intrusos, que bajaba de su telar, abría la puerta y fijaba en ellos una mirada que bastaba siempre para nacerlos huir asustados.

Mientras esto decía, doña Lupe, acechándola desde un rincón del pasillo, fijaba en ella una mirada astuta. Aquella tarde estuvo Maxi en la botica bastante más calmado. En un rato que tuvo libre, se fue al rincón del laboratorio en que guardaba sus libros, y cogió uno disponiéndose a sumergirse en la lectura.

Más valía que dijese terminantemente que no. «¿Por qué te vas tan lejos de ? Parece que te causo horror. Cuando entro, te pones seria; cuando crees que no me fijo en ti, estás ensimismada y te sonríes como si en espíritu hablaras con alguien». Otra cosa le mortificaba. Cuando salían juntos a paseo, todo el mundo se fijaba en Fortunata, admirando su hermosura; luego le miraban a él.

Sanabre parecía inquieto; miraba de vez en cuando á sus subordinados con ojos de azoramiento, y al convencerse de que ninguno de ellos se fijaba en él, volvía á escribir, no en los papeles de marca grande que usaba para sus trabajos, sino en un pliego de cartas que el joven ingeniero parecía acariciar con la pluma, trazando las letras con delicadeza de artista.

La otra le llevó lo pedido; y mientras el desgraciado joven escribía, Torquemada, meditabundo y con la frente apoyada en un solo dedo, fijaba en el suelo su mirar reflexivo. Al coger el documento que Isidora le presentaba, miró á sus deudores con expresión paternal, y echó el registro afeminado y dulzón de su voz para decirles: «Hijos de mi alma, no me conocéis, repito que no me conocéis. Pensáis sin duda que voy

Y viendo que Simoun, por la direccion de la cara, se fijaba en los dichos folletos y temiendo volviese á reanudar el asunto de que hablaron en el bosque, continuó: El organismo está saturado de veneno; de un día á otro puede morir como herido del rayo... la causa más pequeña, un nada, una excitacion le puede matar... ¡Como Filipinas! observó lúgubremente Simoun.