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Cuando la aldeana fijaba en él sus ojos azules, anegados en caliente humedad, el capellán experimentaba malestar violento, comparable sólo al que le causaban los de Primitivo, que a menudo sorprendía clavados a hurtadillas en su rostro. Ignorando en qué fundar sus recelos, creía Julián que meditaban alguna asechanza.

¿Qué ve usted a lo lejos, en el camino? preguntó el galante coronel, observando que desde hacía algunos minutos la atención de la señora Moreno se fijaba hacia aquel punto. Una nube de polvo dijo con un suspiro la interpelada. Veo el rebaño de la hermana Ana.

El señor Vicente la oía sonriendo, y después se fijaba en su persona. Y usted, ¿cómo está? ¿cómo marcha ese embarazo?... Desde que la veía en tal estado hablábala con mayor confianza. Desfigurada por la hinchazón, pesada y doliente, no pudiendo moverse sin suspiros de pena, ya no le infundía aquel miedo que toda hembra le hacía sentir.

La Constitucion, promulgada aun no hacia tres meses, quedó en suspenso de este modo; y mientras que el jefe absoluto fijaba su cuartel general en Maracay, y en Varinas se juntaba una fuerza considerable de caballeria, y salian emisarios en busca de hombres, buques y subsistencias, Ustáriz, elevado al cargo de gobernador de Valencia, se veia abandonado de sus tropas y, dejando la plaza en poder de Monteverde, se retiraba á la Cabrera.

A pesar de que le tenía muy recomendado a Villa el secreto de mis amores, imagino que le molestaba dentro del cuerpo, o que no pudo resistir a la tentación de informar a su adorada condesa de todo, porque observé que una noche ésta, mientras hablaba con él, fijaba sus hermosos ojos en mi con curiosidad y benevolencia.

Notaba en él la mano adicta de Pep y la gracia de Margalida. Jaime se fijaba en lo nítido de las paredes, en la limpieza de las tres sillas y la mesa de tablas, muebles fregoteados por la hija de su antiguo arrendatario. Unos aparejos de pesca extendían sus mallas por los muros con ondulaciones de tapiz. Más allá colgaban la escopeta y un bolso de municiones.

En vano su razón intentaba apaciguar esta tempestad interior... Aquellos tiempos habían sido otros: no existía la unanimidad de la hora presente; el Imperio era impopular: todo estaba perdido... Pero el recuerdo de una frase célebre se fijaba en su memoria como una obsesión: «¡Quedaba FranciaMuchos pensaban lo mismo que él en su juventud, y sin embargo no habían huído para eludir el servicio de las armas; se habían quedado, intentando la última y desesperada resistencia.

Medrosa por la ocasión y medio rendida ante la idea del amor, fijaba de cuando en cuando la mirada en Juan, cual si pretendiese adivinarle los pensamientos; otras veces dirigía la vista hacia el faldellín y botas de raso, que simbolizaban su peligrosa vida artística, y luego desviaba con desdén los ojos.

Una carcajada del príncipe despertó con sobresalto al coronel, que, como buen madrugador, se había adormecido en su asiento. Luego, al notar que Su Alteza no se fijaba en él, se deslizó fuera del hall, como si le atrajese algo más importante que aquella conversación de los dos amigos, que parecían ignorar su presencia.

Hablaron los tres en voz baja; don Custodio decía las palabras, llenas de silbidos suaves imitación del Magistral al oído de su hija de penitencia; la consolaba, y ella levantando los ojos llenos de lágrimas los fijaba como quien se acomoda en sitio conocido y frecuentado, en los del clérigo de almíbar. Subieron, de puntillas, dispuestos a intentar un ataque contra el enemigo.