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6 Estoy encorvado, estoy humillado en gran manera, ando enlutado todo el día. 8 Estoy debilitado y molido en gran manera; bramo a causa del alboroto de mi corazón. 11 Mis amigos y mis compañeros se quitaron de delante de mi plaga; y mis cercanos se pusieron lejos. 12 Y los que buscaban mi alma armaron lazos; y los que procuraban mi mal hablaban iniquidades, y todo el día meditaban fraudes.

Así, pues, y por el fundado temor de armar un tiberio, moderábanse los más vehementes, exponiendo con templanza sus opiniones; y aun los rectores, abades, priores ó provinciales se tentaban la ropa y lo meditaban despacio antes de proponer cualquiera reforma, por leve que fuera, ó de soltar alguna especie capaz de ser interpretada en mal sentido por los hermanos; y hacían bien, que no siempre está la Magdalena para tafetanes.

Es cosa bien dolorosa ver á muchos de nuestros hacendados desvelarse tres y cuatro años, impendiendo ingentes caudales para establecer un rodeo de 10, 15 ó 20 mil cabezas de ganado, y que cuando en la noche de su descanso meditaban recompensar sus fatigas, disponiendo la venta de su hacienda, amanecieron sin una sola res, por habérsela robado los indios.

Cuando la aldeana fijaba en él sus ojos azules, anegados en caliente humedad, el capellán experimentaba malestar violento, comparable sólo al que le causaban los de Primitivo, que a menudo sorprendía clavados a hurtadillas en su rostro. Ignorando en qué fundar sus recelos, creía Julián que meditaban alguna asechanza.

Un dependiente del cabildo de Coria y dos personajes más, en calidad de consejeros supremos de la Junta, hacían como que meditaban, por el buen parecer en un rincón de la sala. Indecible fue la alegría de la Junta Suprema cuando el portugués hubo presentado a nuestro pobre labriego en calidad de vasallo de Su Majestad Imperial.

Con frecuencia, en las horas de recreo y solaz que en el convento había, cuando ni los Padres ni los novicios estudiaban, meditaban o rezaban, en el extremo de la huerta donde había árboles de sombra y asientos de piedra, el Padre Ambrosio se sentaba rodeado de muchas personas que componían un atento auditorio, y con fácil palabra les relataba lo que llamaríamos hoy sus impresiones de viaje.

La median con los ojos. Ya la veían de su brazo ostentándola en el salón, y le estrechaban el talle en el baile ardiente y atrevido; ya meditaban la frase encomiástica con que habían de deslumbrar al ser presentados a ella. «¿Conque esa es Sol del Valle?». «¿En qué casas visita?». «¿Va a casa de Lucía Jerez?». «Juan Jerez es amigo de la señora». «Allí está Juan Jerez; que nos presente». «Yo soy amigo de la directora: vamos». «¿Quién nos presentará a ella?». ¡Pobre niña!

¡Oh! Santa Teresa es un curiosísimo caso de alucinación. El doctor Charcot hubiera sacado gran partido de ella a haber vivido en su tiempo respondió Sánchez reflexivamente. Hubo algunos instantes de silencio. Los dos fisiólogos meditaban.