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Actualizado: 27 de junio de 2025
Su cuerpo estaba nervioso, a juzgar por los crujidos que dejaba escapar la silla. De vez en cuando fijaba en Genoveva una larga mirada en que se vislumbraba un deseo inquieto y temeroso y cierta lucha interior con algún pensamiento que la preocupaba.
Pero el Plumitas no se fijaba en la «señora marquesa». Toda su atención era para el espada, queriendo manifestarle su agradecimiento por haberle recibido a su mesa y desvanecer el mal efecto que parecían causarle sus palabras.
Leonora se fijaba en él: le examinaba a la luz de la lámpara de la habitación, como si buscase la diferencia con aquel otro muchacho que había conocido en el paseo a la ermita. La vieja, reanimada por la presencia de los dos hombres, se enteraba del peligro. Ya no subía el agua; hasta podía afirmarse que comenzaba a descender lentamente.
En cuanto a la chica, es obediente, espabilá y tóo lo ha de hacer a satisfación. Entonces, asunto concluido dijo Inés. Luego acompañó a la señorita hasta el centro de Madrid, donde cerca del estanco se separaron. Cristeta siguió sola, tan ensimismada, que ni siquiera se fijaba en que, a pesar de lo humildemente que iba vestida, los hombres se la comían con los ojos.
Porque hoy hace un mes dijo, no ocultándome que se fijaba en las fechas, que nos separamos una noche diciendo usted hasta mañana al despedirse. Y no he vuelto, es verdad; pero no es de eso de lo que me acuso con pena, no, de lo que me acuso mortalmente... ¡De nada! interrumpió ella imperiosamente. Y desde entonces continuó en seguida, ¿qué ha sido de usted? ¿Qué ha hecho?
»Me vi atacada entonces de una enfermedad cuyos primeros síntomas había sentido hacía largo tiempo, y que daba entonces bastante cuidado a las personas que me rodeaban; en cuanto a mí, no fijaba mi atención en ella, porque mi pensamiento estaba muy distante de mi persona. »Por último, cierto día recibí una carta cuya letra me hizo estremecer: ¡era de Carlos!
Como si hubiese tenido una venda sobre los ojos y repentinamente se le hubiese caído, todas las cualidades de Soledad se le aparecieron con maravilloso relieve. Unas veces alababa su cuerpo garrido, otras su destreza en el baile; ahora se fijaba en sus pies torneados, después en su cabellera de ébano. Y con sus partes morales acaecía otro tanto.
Los amigos te esperan en el casino. Sólo te han visto un momento esta mañana: querrán oírte; que les cuentes algo de Madrid. Y doña Bernarda fijaba en el joven diputado una mirada profunda y escudriñadora de madre severa que recordaba a Rafael sus inquietudes de la niñez. ¿Vas directamente al Casino?... añadió. Ahora mismo irá Andrés.
Rafael comenzó por un elogio a la historia intachable, a la consecuencia política, a la sabiduría de aquel venerable septuagenario que todavía tenía fuerzas para batallar por los ideales de su juventud. Era de rúbrica un exordio como este; así lo hacía el jefe. Y al hablar, su vista se fijaba angustiosamente en el reloj. Quería ser largo, muy largo.
¡Y sobre todo las mujeres! Muchas veces en el teatro, cuando todo el público fijaba la atención en el escenario, un espectador, Ronzal, desde la platea del proscenio clavaba la mirada en el elegante Mesía, aquel gallo rubio, pálido, de ojos pardos, fríos casi siempre, pero candentes para dar hechizos a una mujer.
Palabra del Dia
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