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Actualizado: 27 de junio de 2025


Yo estaba completamente absorto en aquel asunto de interés íntimo; yo no atendía a la batalla; yo no hacía caso de los cañonazos; yo no me fijaba en los gritos; yo no apartaba del papel los ojos, aunque sentía correr por junto a mis oídos el estrepitoso aliento de la lucha.

Veía su cuello esbelto, de líneas armoniosas y gráciles cuando permanecía en reposo, pero que a la menor contracción marcaba la tirante madeja de sus tendones. Se fijaba en la cortante arista de las clavículas bajo la epidermis mate, de una blancura verdosa que absorbía la luz sin reflejarla.

No pudiendo resistir el alborozo que esto me causaba, iba al corral, ponía canutillos de pólvora a los gatos, y encerrándolos en un cuarto con las gallinas, me moría de risa. Santorcaz, lejos de reír con esta nueva barrabasada de su discípulo, fijaba la mirada en el horizonte, completamente abstraído de todo, y meditando sin duda sobre graves asuntos de su propio interés.

Y el púdico señor Vicente se fijaba en el abultado abdomen, sin escrúpulo alguno, como si la maternidad fuese una función falta de origen, en la que para nada intervenía el amor. Sospechaba, en sus piadosas fantasías, si este embarazo ocultaría algo sobrenatural, un prodigio de la voluntad divina.

Pero yo me hallaba en tan buena disposición de espíritu, que la escuchaba sin disgusto. La hermana San Sulpicio me miraba en tanto con ojos de compasión: parecían decirme: «¡Pobre señor! Conste que yo no tengo la culpa». De vez en cuando fijaba los míos en ella, y también procuraba decirle tácitamente: «No me compadezca usted; me encuentro muy bien.

Me fijaba en una con insistencia, y al cabo de cinco minutos, por un movimiento cualquiera, comprendía que estaba engañado, y tornaba con afán a fijarme en otra, para sucederme otro tanto. No fue larga la misa. A mi lado habían venido a colocarse tres o cuatro caballeros de aspecto clerical, que supuse serían devotos del convento, o protectores.

Mientras tanto, Teresa, sin dejar de atender a los convidados y de abrumarles con obsequios, no quitaba los ojos de su marido y de la bondadosa amiga. Doña Manuela experimentaba una profunda conmiseración cada vez que se fijaba en la pobre esposa. ¡Bueno estaba su marido para intentar conversiones!

En su desesperación quería hacer responsable a alguien de la desgracia, y se fijaba en los más altos de las Claverías. Don Antolín no la había auxiliado con la más pequeña limosna; su remilgada sobrina apenas si había entrado a ver al pequeñuelo. A ella sólo le interesaban los hombres. El Vara de plata tiene la culpa gritaba la pobre mujer . Es un ladrón.

Aresti veía en la muchedumbre muchas caras que le recordaban la faz de San Ignacio. Aquellos rasgos duros, impasibles, de helada firmeza, que se consideraban como signos característicos de una personalidad famosa, resultaban comunes á toda una raza. El médico se fijaba igualmente en las mujeres de los balcones.

Recorriéndolo, fijaba Lucía la vista en la fachada correspondiente a la casa de Artegui, de una de cuyas ventanas salía una mano pálida que le hacía señas. ¿Era mano de hombre o de mujer? ¿era de vivo, o de cadáver?

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