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¡No digas eso, malaje! clamaba la señora Angustias . No tientes a Dió; mia que eso trae mala suerte. Pero el cuñado intervenía con su aire sentencioso, aprovechando la ocasión para halagar al espada. No haga usté caso, mamita. A éste no hay toro que lo toque. ¡Como no le arroje un cuerno!... El domingo era la última corrida del año que iba a torear Gallardo.

Salvatierra hablaba del vino como de un personaje invisible y omnipotente, que intervenía en todas las acciones de aquellos autómatas, soplando en su pensamiento, limitado y vivaracho como el de un pájaro; empujándolos lo mismo al desaliento, que a la desordenada alegría.

Y a las dos servía también de acompañante el P. Enrique, único varón quizá de todo el distrito que no intervenía en el asunto electoral.

En todo esto, por conducto de mi Joaquina, intervenía la señora Condesa, que estaba hasta cierto punto contenta al considerar que V. iba a llevar el nombre y el título del Marqués y a heredar sus bienes.

Sus capitanes del dinero hacían préstamos enormes á los aliados; sus capitanes de la industria facilitaban la fabricación del material monstruoso exigido por los demoniacos adelantos militares; sus buques, desafiando la amenaza submarina, traían á Europa el pan, escaseado por la guerra. Y cuando al fin, agotada su paciencia, intervenía directamente en la lucha, ¡qué generosidad la suya!...

Su entusiasmo había caído con sus esperanzas, y la decepción material había matado brutalmente al sentimiento ideal que por un instante le había transportado en sus alas. Admiraba en sus adentros la presciencia adivinatoria de la condesa, que siempre intervenía en el momento decisivo y que acababa de detenerle en el borde del abismo en que iba a dejarse caer imprudentemente.

Pero antes de que Carmen pudiese hablar, intervenía el talabartero. Déjalos, mujer. ¡Quieren tanto a sus tíos! La pequeña no puede vivir sin su tiíta Carmen... Y los dos sobrinos permanecían allí como en su propia casa, adivinando en su malicia infantil lo que de ellos esperaban sus padres, extremando las caricias y mimos con aquellos parientes ricos, de los que oían hablar a todos con respeto.

Si no había teatro, y esto era muy frecuente en Vetusta, se quedaba en su gabinete donde recibía a los amigos y amigas que quisieran hablar de sus cosas, mientras ella leía periódicos satíricos con caricaturas, revistas y novelas. Sólo intervenía en la conversación para hacer alguna advertencia del género de los epigramas del Arcipreste, su buen amigo.

Aparte estos frecuentes nublados, la favorita no intervenía más que en los quehaceres de su cargo, sin despegarse de las niñas, a quienes acompañaba a la iglesia, tan melosa y solícita, que ellas no podían sufrirla.

El empleadillo tímido de ademanes recobraba su gallardía de hombre de combate. Su voz sonó ronca al seguir hablando. El iba adonde le llamaban, adonde quería ir, sin reconocer á nadie el derecho de mezclarse en sus actos. Era la duquesa la única que podía cerrarle la puerta de su casa. ¿Por qué intervenía el príncipe en los asuntos de aquella señora sin consultar antes su voluntad?