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Actualizado: 26 de julio de 2025
El ruido de la guitarra y de los cantos de los ciegos arreció considerablemente, uniéndose al estrépito de tambores de Navidad. «¿Y tú no tienes tambor?» preguntó Jacinta al pequeñuelo, que apenas oída la pregunta ya estaba diciendo que no con la cabeza. ¡Que barbaridad! ¡Miren que no tener tú un tambor...! Te lo voy a comprar hoy mismo, ahora mismo. ¿Me das un beso?
Primeramente venía la banda de música, compuesta de variedad de instrumentos, quizás imperfectamente adaptados unos á otros, y tocados sin mucho arte; sin embargo, se alcanzaba el gran objeto que la armonía de los tambores y del clarín debe producir en la multitud; esto es, revestir de un aspecto más heroico y elevado la escena que se desarrollaba ante la vista.
El aparato de la procesión es correspondiente a lo que dejo dicho de las otras funciones: buena custodia de mano, numerosa música, mucho estruendo de campanas y tambores, muchas danzas de muchachos y bastante devoción.
Pero lo más raro de todo es que cuando vemos un burro, lo que menos pensamos es que de él salen los tambores. ¿Pues, y eso de que las cerillas se saquen de los huesos, y que el sonido del violín lo produzca la cola del caballo pasando por las tripas de la cabra?». Y no paraba aquí la observadora.
Son también muy amantes de la música, a cuyo ejercicio se aplican sin ser compelidos, y así en cada pueblo hay infinidad de músicos; los tambores y todo instrumento estrepitoso son muy de su gusto, y así les acompañan para todo.
«Dicen seguía escribiendo el defensor que me saludó por última vez con una de sus manos antes de que la inmovilizasen las ligaduras... Yo no vi nada. ¡No podía ver!... ¡Era demasiado para mí!...» El resto de la ejecución lo conocía de oídas. Continuaron sonando trompetas y tambores. Freya, atada é intensamente pálida, sonrió como si estuviese ebria.
Luego se oyeron infinitos lelilíes, al uso de moros cuando entran en las batallas, sonaron trompetas y clarines, retumbaron tambores, resonaron pífaros, casi todos a un tiempo, tan contino y tan apriesa, que no tuviera sentido el que no quedara sin él al son confuso de tantos intrumentos.
Le pareció oir gritos en alemán, trotes de caballos, un rumor lejano de redobles y silbidos semejante al que producían los batallones invasores con sus pífanos y sus tambores planos... Luego perdió por completo, la sensación de lo que le rodeaba.
Niño todavía, no podía imaginarme á los militares de otro modo que con sus vestidos colorados, las hombreras rojas ó azules, los botones de metal, los diversos adornos de cuero, de lana y tela; no los comprendía sino marchando á paso acompasado en columnas regulares con tambores al frente y oficiales á los costados, como si formaran un inmenso y extraño animal empujado hacia adelante por no sé qué ciega voluntad.
¡Silencio! los tambores Ya la señal han dado, Y rayo de fulgores El campo ha iluminado. ¡Gloria á los inmortales Que pisan los umbrales De un mundo superior! Mirad, ya no es del alma Fantasma vaporoso, Vestidos con la palma Del mártir generoso, Despues de su caida Renacen á la vida De glorias perennal!
Palabra del Dia
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