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Actualizado: 12 de junio de 2025
El general hacía un gesto de duda que casi llegaba á ser despectivo. Tenía razón: la belleza de Dora no era extraordinaria. La maestrita poseía el encanto de la juventud, una juventud ágil y sana, mantenida por los deportes y la higiene. Pero lo que se callaba Doroteo era que él la prefería á las beldades del país por lo mismo que resultaba distinta á todas.
Cuando la maestrita se ponía bajo un rayo de sol, su cutis blanco parecía dorarse con la luminosidad de un vello finísimo semejante al de los frutos en sazón. Igual había sido Guadalupe en otros tiempos, pero ahora un bigote cada vez menos discreto empezaba á entenebrecer su boca.
El héroe visitaba con frecuencia la escuela de Dora, lanzando discursos á los niños, en los que repetía que la revolución se había hecho especialmente para el fomento de la enseñanza. También se apresuraba á entrar en el salón de su mujer siempre que le avisaban que la maestrita hacía tertulia á doña Guadalupe.
Luego, por un deseo irresistible de establecer comparaciones, comenzaba á admirar con ojos disimulados la belleza especial de esta joven que parecía un muchacho con faldas, sintiendo al mismo tiempo en su paladar el sabor ácido y picante de un fruto todavía verde. Tuvo que abstenerse de sacar á bailar á la maestrita cuando se celebraban fiestas en la Comandancia.
Parecía próxima á desmayarse de sorpresa, como si nunca hubiese sospechado esta pasión, extrañándose de ella con toda la ingenuidad de que es capaz el disimulo femenil. Pero hacía meses que se había dado cuenta del enamoramiento del héroe, riendo á solas de sus tímidas insinuaciones. En vano Martínez habló de su amor. La maestrita movía la cabeza negativamente.
Eso me gusta... El mes que entra la pondremos en un colegio, interna. Ya es grandecita... es preciso que vaya aprendiendo los buenos modales... su poquito de francés, su poquito de piano... Quiero educarla para maestrita o institutriz, ¿verdad? Adoración la miraba como en éxtasis. «¿Y esa mujer?» preguntó luego Jacinta a Severiana, refiriéndose a la madre de Adoración. «Señora, no me la nombre.
Sus hermanitos lloraron mostrando los puños impotentes á un automóvil en el que gritaba y se agitaba la maestrita sin poder librarse de sus raptores. Todo el resto de la nación se asombró tanto como el vecindario de la ciudad. Una sublevación no tenía nada de extraordinario.
Palabra del Dia
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