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Actualizado: 12 de junio de 2025


Tantos y tan frecuentes parabienes recibía la señora Bonnivet por la belleza de su sobrina, que se decidió a hacer algunos sacrificios, con objeto de educarla: la hizo entrar en una escuela gratuita, donde aprendió a leer y escribir; brillante progreso cuyas ventajas no tardó en apreciar la señora Bonnivet, que en sus funciones de portera difícilmente descifraba los sobres de las cartas y equivocaba constantemente los periódicos que debía entregar a los inquilinos.

Un tío, que le servía de tutor y curador, se la confío a las monjas, quienes, sabedoras de la riqueza de la niña, procuraron ante todo despertar en ella vocación religiosa; mas persuadidas pronto de que no era catequizable, pusieron gran empeño en educarla de modo que su ilustración y buenos modales redundaran en honra del convento.

La timidez o falsa humildad endurecía esta, y como la energía interior no encontraba un auxilio en la palabra, porque la sumisión consuetudinaria y la cortedad no le habían permitido educarla para discutir, pasaba tiempo sin que la costra se rompiera. Por fin, lo que no pudieron hacer las palabras, lo hizo un acto.

la educas para la sociedad, para la familia, para todo el mundo. Su marido tiene que educarla luego para él. haces con tu hija, lo que hace el sastre que confecciona un traje para el primer parroquiano que salga.

Mandarla pisar las calles de la corte, era, en su concepto, como decirla: «Métete en esa leonera; arrójate en esa lumbre». Se necesitaron heroicos esfuerzos de su tío y de las personas a quienes éste encomendó la ardua tarea de educarla hasta donde fuera posible, para que afinara, nada más que para que afinara, aquellas sus escabrosas ideas.

¡Cómo saben educarla para el fin que la necesitan, con qué egoísmo judaico explotan los tesoros de su cariño inagotable, cómo la sugestionan y la envilecen, haciéndole perder, o ya el miedo para acompañarlos en sus empresas tortuosas sino la noción elemental del bien y del mal, llegando ellas, en su obsesión por el hombre que las martiriza y las deprime, hasta a creerlo un dechado de virtudes, un ejemplo de honorabilidad, una víctima desgraciada de las injusticias sociales!

Eso me gusta... El mes que entra la pondremos en un colegio, interna. Ya es grandecita... es preciso que vaya aprendiendo los buenos modales... su poquito de francés, su poquito de piano... Quiero educarla para maestrita o institutriz, ¿verdad? Adoración la miraba como en éxtasis. «¿Y esa mujerpreguntó luego Jacinta a Severiana, refiriéndose a la madre de Adoración. «Señora, no me la nombre.

»Y ha huido la muerte, no por acceder a tus ruegos, sino por no haber sonado aún la hora, y a medida que iba alejándose te has sentido renacer, lo mismo que al acercarse te sentiste morir. »Mas no es suficiente que tu hija haya recobrado la vida; hay que criarla y educarla para la sociedad. »Posee una hermosura, ideal; pero hay que realzar con la gracia su belleza.

Su padre se ha muerto. Su madre está en la mayor pobreza. Yo, que la quiero como a una hija, he procurado educarla para que se salve del peligro de ser hermosa siendo tan pobre. Sintió Lucía en aquel instante como si la mano de Sol le temblase en la suya, y hubiese hecho un movimiento por retirarla y ponerse en pie. Señora.... No, no, Lucía. La que va a ser mujer de Juan Jerez....

En voz muy baja, con las manos enlazadas, inclinando de vez en cuando la cabeza para rozar con los labios la frente de la niña, hablaron largo rato, mejor dicho, soñaron despiertos, queriendo penetrar en los abismos insondables del tiempo. ¿Cuál sería la suerte de aquella hermosa criatura? ¿Cómo se la educaría? Amalia decía que conseguiría educarla como hija suya, hacerla una verdadera señorita; estaba segura de que D. Pedro no se opondría a ello. Y como quiera que no tenía hijos, nada más natural que habiéndola tomado cariño la dejase a su muerte algún legado importante. El conde hizo un gesto de desdén. La niña no necesitaba de la hacienda de D. Pedro.

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