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¡Cómo saben educarla para el fin que la necesitan, con qué egoísmo judaico explotan los tesoros de su cariño inagotable, cómo la sugestionan y la envilecen, haciéndole perder, o ya el miedo para acompañarlos en sus empresas tortuosas sino la noción elemental del bien y del mal, llegando ellas, en su obsesión por el hombre que las martiriza y las deprime, hasta a creerlo un dechado de virtudes, un ejemplo de honorabilidad, una víctima desgraciada de las injusticias sociales!

¿Y por qué no? exclamó la hijastra enfurecida . Cuando un padre, sin motivo alguno, sólo por unos miserables ochavos injuria a su hija y martiriza a su mujer, no tiene derecho a que se le quiera ni a que se le respete.... Lo diré con todas sus letras.... ¡Eso es una infamia!... Papá es un hombre que no tiene más Dios ni más amor que el dinero. ¡Oh! ; lo sabía muy bien.

Los síntomas de defunción se ven por todas partes. ¿Dónde está la fe que arrastraba a la muchedumbre belicosa de cruzados? ¿Dónde el fervor que levantaba catedrales con seráfica paciencia durante doscientos años para albergar una hostia bajo una montaña de piedra? ¿Quién se azota hoy y martiriza su carne y vive en el desierto, pensando a todas horas en la muerte y el infierno...? En España, tres siglos de intolerancia, de excesiva presión clerical, han hecho de nuestra nación la más indiferente en materias religiosas.

Este último gemido del niño es, sin embargo, el único suplicio que martiriza a Santos Pérez. Después, huyendo de las partidas que lo persiguen, oculto entre las breñas de las rocas o en los bosques enmarañados, el viento le trae al oído el gemido lastimero del niño.

El señor Vicente irritábase contra esta imposibilidad de olvidar por unos instantes los asuntos del alma y las grandezas del cielo. Dicen que pienso demasiado, señor de Maltrana, y tal vez tengan razón. Hay noches en que la cabeza parece que me hierve, y no puedo dormir. El Malo me martiriza con imágenes infames.

Me martiriza usted y me desgarra dijo en voz baja con un acento de suprema desesperación; luego, con un movimiento que no puedo describir, arrancó las dos mitades del ramillete, se quedó con una y me arrojó, por decirlo así, la otra mitad a la cara.

Era un hombre, un verdadero hombre de negocios, de los que sólo conceden a los impulsos del afecto unos minutos de su existencia; de los que tratan las necesidades de la carne como vulgares y rápidas operaciones de higiene y únicamente se acuerdan del amor cuando la abstención los martiriza, dedicándole media hora entre dos asuntos financieros, sin recuerdos y sin nostalgias. ¿Por qué había venido hasta él aquella mujer, turbando su calma?... Era indudable que Maud amaba a su manera a míster Power, como se ama a un ser inferior y hermoso, con el doble orgullo de ser admirada y ejercer el dominio de la superioridad.

¡Me hace usted daño! ¡Déjeme! ¡Obedece! ¡No! ¡Obedece! Lea lanzó un grito desesperado y se retorció, con las lágrimas en los ojos. ¡Oh! Me martiriza usted... ¡Cobarde! ¡Obedece, mal bicho, ó te rompo el brazo! Aquel hombre cataba espantoso de furor y el pensamiento de un asesinato aparecía en sus ojos. Lea cayó de rodillas enloquecida.

Lo que menos me importa es ese viejo contestó el militar. Antes me interesaba un poco. Creí que era de usted pariente, su esposo tal vez. Pero después he sabido que es un tiranuelo que vive para martiriza á una pobre huérfana, que se muere da melancolía encerrada aquí. No puedo ver con indiferencia que una persona tan guapa, tan amable, tan digna de ser feliz, pase la vida en poder de esa fiera.

Es extraño; lo que ha comprendido el salvaje, que el niño, como más débil, como más tierno, merece más cuidado y hasta más respeto que el hombre, no lo ha comprendido el civilizado, y entre nosotros, el que sería incapaz de hacer daño a un adulto, martiriza a un niño con el consentimiento de sus padres. Es una de las muchas barbaridades de lo que se llama civilización.