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Traté de excusarme, porque me parecía demasiada confianza para el primer día; pero ante la insistencia afectuosa del padre y la hija, hube de rendirme. Mientras nos avisaban, continuamos conversando. El conde me pidió permiso para arreglarse en mi presencia. Hablamos de caballos y toros. Era peritísimo en estos asuntos, y daba gusto escucharle.

Quedaba, no obstante, en los desfiladeros de Despeñaperros bastante gente para detener todos o la mayor parte de los correos, y en varios puntos, apostadas las mujeres o los chiquillos en lo escabroso de aquellas angosturas, avisaban la proximidad del convoy para que luego cayeran sobre él los hombres.

Otras veces, antes de que acometiese el toro, los «monos sabios» y parte del público avisaban al jinete. «ApéatePero antes de que pudiera hacerlo, con la torpeza de sus piernas rígidas, el caballo se desplomaba, muerto instantáneamente, y el picador caía expelido por las orejas, chocando su testa sordamente contra la arena.

Muy oculta debe de ser dijo doña Clara , porque no se conoce. Sin embargo la hay, y explica cómo han podido entrar hasta aquí las misteriosas cartas que me avisaban secretos graves, que me ponían al corriente de lo que pasaba en el cuarto del rey; en que me proponían, por último, el castigo de Calderón. ¿Y cómo ha descubierto vuestra majestad esa puerta?

El héroe visitaba con frecuencia la escuela de Dora, lanzando discursos á los niños, en los que repetía que la revolución se había hecho especialmente para el fomento de la enseñanza. También se apresuraba á entrar en el salón de su mujer siempre que le avisaban que la maestrita hacía tertulia á doña Guadalupe.

Los gritos de los perseguidores avisaban á las gentes que seguían trabajando á lo lejos, sin comprender la alarma. Quedó de pronto el fugitivo entre un semicírculo cóncavo de hombres que le aguardaban á pie firme y un semicírculo convexo que seguía sus pasos con ondulante persecución. Se juntaron las dos multitudes cerrando sus extremos, y el espía quedó prisionero.

Entre el muelle y el trasatlántico, un anchuroso espacio de bahía con gabarras chatas para el transporte del carbón abandonadas sobre su amarre y cabeceando en la soledad; vapores de diversas banderas, en torno de cuyos flancos agitábase el movimiento de la carga con chirridos de grúas y hormigueo de embarcaciones menores; veleros de carena verde, que parecían muertos, sin un hombre en la cubierta, tendiendo en el espacio los brazos esqueléticos de sus arboladuras; rugidos de sirenas anunciaban una partida próxima y otros rugidos avisaban desde el fondo del horizonte la inmediata llegada; banderas belgas que en lo alto de un mástil iban a las desembocaduras del Congo; proas inglesas que venían del Cabo o torcían el rumbo hacia las Antillas y el golfo de Méjico; buques de todas las nacionalidades que marchaban en línea recta hacia el Sur, en busca de las costas del Brasil y las repúblicas del Plata; cascos de cinco palos descansando en espera de órdenes, de vuelta de la China, el Indostán o Australia; vapores de pabellón tricolor en ruta hacia los puertos africanos de la Francia colonial; goletas españolas dedicadas al cabotaje del archipiélago canario y las escalas de Marruecos.

No siempre recibía con puntualidad el importe de las pensiones, ni de ordinario ganaba en actividad á los que avisaban primero las vacantes de beneficios y gracias: harto se quejaba de ello ; con todo, lo que percibía en Francia, junto con las liberalidades del Conde de Essex, bastaba al sostenimiento de la situación de Ministro en que se había colocado.

Por todo aquello que sus libros devotos le aconsejaban huir, venía en conocimiento de cuan ciertas deben ser las palabras con que se le avisaban los peligros mundanales, y por la interminable y fatigosa excitación a la virtud, podía apreciar cuan hondas y frecuentes son las simas del pecado.

Más allá de la baranda, el misterio: una intensa negrura que devoraba el resplandor eléctrico, no dejándole avanzar más que algunas pulgadas en sus entrañas sombrías; espumarajos fosforescentes, rumor sordo de fuerzas invisibles que avisaban su presencia con choques y rebullimientos. Ojeda vio venir hacia él con paso vacilante a un hombre vestido de smoking que le saludó desde lejos.