United States or Moldova ? Vote for the TOP Country of the Week !


Esos ríos de agua caliente, angostos al principio, como de veinte leguas de ancho, y que por largo espacio conservan su vigor y poderosa identidad, poco á poco se cortan, entíbianse, empero se dilatan y se ensanchan hasta mil leguas. Maury estima que el que parte de las Antillas é impele el Norte hacia nosotros, traslada y modifica la cuarta parte de las aguas del Atlántico.

No historiaré el tratado Clayton-Bulwer, conocido por todos los que en estas cuestiones se interesan; recordaré solamente que fue una transacción, un modus vivendi mejor dicho, que permitiese extenderse las influencias inglesa y americana en las Antillas y las costas de Centro América, de una manera paralela que no diese lugar a conflictos.

Su aproximación es más ó menos rápida. En el Océano Indico, sembrado de islas y de todo género de obstáculos, con frecuencia la tromba sólo recorre dos millas por hora, al paso que en la cálida corriente procedente de las Antillas, su velocidad es de cuarenta y tres millas. Su fuerza de traslación sería incalculable á no tener una oscilación debida á los vientos de adentro y de afuera.

Para la pequeña expedición, que sumaba en conjunto unos noventa hombres, y no había hecho verdaderos preparativos de guerra, fue una suerte abordar en los archipiélagos paradisíacos del mar de las Antillas, con sus poblaciones mansas, tímidos rebaños humanos en los que cazaban su alimento los caníbales de las otras islas.

Deberes hay que España no puede desatender y hay aspiraciones y propósitos que el alma de la nación no puede ahogar en su centro, aunque se esfuerce por ahogarlos. Son los deberes la conservación de las Antillas y de los archipiélagos que poseemos en el Pacífico.

Este buque había llegado recientemente del Mar de las Antillas, y debía hacerse á la vela dentro de tres días con rumbo á Brístol en Inglaterra. Ester, cuya vocación para hermana de la Caridad la había puesto en contacto con el capitán y los tripulantes de la nave, se ocuparía en conseguir el pasaje de dos individuos y una niña, con todo el secreto que las circunstancias hacían más que necesario.

Tardamos más de dos meses; no fuimos en línea recta: bajamos a las Canarias, y desde allí nos encaminamos a las Antillas. De Cuba volvimos a Manchester y de Manchester a Cádiz. En el bergantín aquél el aprendizaje era terrible; no se comía apenas, ni se podía dormir, ni mudarse; en cambio, cuando hacía buen tiempo, una delicia: se jugaba a las cartas y se contaban cuentos de brujas y de piratas.

El jefe de uno de los buques de estación naval en las Antillas, era un completo caballero, estimado, inteligente y bravo, pero hombre de color; jamás pisó un salón de Fort-de-France o de Saint-Pierre. Ese mismo oficial francés, encontrándose en la Habana, fue expulsado, en un café, del punto destinado exclusivamente a los blancos.

Al hablar, sentía la nostalgia del azul negruzco e intenso del Océano, del verde luminoso y diáfano del mar de las Antillas, de la larga ondulación del Pacífico y las aguas plomizas y brumosas de los mares del Norte.

Explotada por los valerosos plantadores del pasado, no tardó, como todas las Antillas, como las dos Américas, en ser uno de los principales mercados para el comercio de ébano animal; las costas de la Senegambia, de la Guinea y del Cabo, suministraban esclavos en abundancia a los atrevidos corsarios de las interminables guerras de los siglos XVI, XVII y XVIII. Estos, cuando las presas faltaban, ponían rumbo al África y volvían con las bodegas repletas de la negra mercancía... Recuerdo que una noche, a bordo del Ville-de-Brest, conversaba con un médico que se dirigía a Panamá, contratado para el servicio sanitario de los trabajos del canal.