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Habla de la facilidad peligrosa del numen poético en los colombianos; se ocupa de don Diego Pombo, de Gutiérrez, González, de Diego Fallon, de José M. Marroquín, de Ricardo Carrasquilla, de José M. Samper, de Miguel A. Caro, y por último, de Rufino Cuervo. Tal es el contenido de ese capítulo, interesantísimo, sin duda, pero incompleto y demasiado a vuelo de pájaro.

No es raro saber en Bogotá que tal caballero, liberal exaltado, ateo y casi anarquista, tiene sus hijos en la escuela de Carrasquilla o en la de Mallarino, dos conservadores marca Felipe II. «¡Qué quiere usted! ¡Las mujeres!...», dicen.

El tresillo. Un trance amargo. El volumen. Diego Fallon. Su charla. El verso fácil. Clair de lune. El canto "a la luna". D. José M. Marroquín. Carrasquilla. José M. Samper. Los mosaicos. Miguel A. Caro. Su traducción de Virgilio. El pasado. Rufino Cuervo. Su diccionario. Resumen. He dicho ya que el desenvolvimiento intelectual de la sociedad bogotana es de una superioridad incontestable.

Allí viene un cuerpo enjuto, una cara que no deja ver sino un bigote rubio, una perilla y un par de anteojos... Es un hombre que ha hecho soñar a todas las mujeres americanas con unas cuantas cuartetas vibrantes como la queja de Safo... es Rafael Pombo, y Camacho Roldán y Zapata, Manuel A. Caro y Silva, Carrasquilla y Marroquín, Salgar y Trujillo, Esguerra y Escobar... todo cuanto la ciudad encierra de ilustraciones en la política, las letras y las armas.