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Espiando por detrás de los visillos aquella florida juventud, ávida de los goces estéticos, vio pasar a Granate correctamente vestido, balanceando su torso colosal sobre unas piernas que no lo merecían. Le vieron entrar en casa de Estrada-Rosa y hasta oyeron el ruido del picaporte. Nada más. Inmediatamente se abrieron de par en par los balcones del café y se llenaron.

Los muertos se quedan inmóviles al borde de la vida, espiando a las nuevas generaciones, haciéndolas sentir la autoridad del pasado con un rudo tirón en su alma cada vez que intentan apartarse del sendero marcado por la rutina. ¡Qué tiranía la suya! ¡Qué poder sin límites!

Apolonio, que ya le conocía y le estaba espiando desde dentro de la tienda, se sintió, por misteriosa manera, humillado. Ahito y ebrio con el éxito, ¿qué le importaba a él la expresión hipócrita y maligna del ya desbaratado rival?

Esperó algunos minutos, con la cabeza tendida en dirección del Vivero, espiando todos los ruidos.... Vio dos luces entre la obscuridad lejana, después cuatro... eran ellos, los dos coches.... El ruido rítmico de los cascabeles se hizo claro, estridente; a veces se mezclaban con él otros que parecían gritos, fragmentos de canciones. «¡Qué locos, vienen cantando!».

No le cabía duda que aquel majadero insistía en pretender a su mujer, que la visita a solas había sido calculada, y aun llegaban sus sospechas a imaginar que había estado espiando su salida para entrar, sabiéndole ausente. Por esto, por la profunda antipatía que desde luego le inspiraba y sobre todo por la afrenta que de él acababa de recibir, su sangre hervía de odio y ansias de vengarse.

Eva, con sus ojos de mujer curiosa, no tardaba en descubrir la carita mofletuda que le estaba espiando medio oculta en las espesuras del follaje. Entonces, iniciando una de sus más hermosas sonrisas, lo llamaba: Oye, chiquitín, ¿vienes de allá arriba? ¿Cómo está el Señor? Viéndose descubierto, el niño celestial se aproximaba hasta dejarse caer sobre las rodillas de nuestra madre.

A veces, espiando el momento supremo del ansia, cuando las fuertes pupilas del mancebo tomaban un tinte nebuloso, a la manera de las charcas en la tempestad, la morisca, desprendiéndose de sus brazos, le preguntaba: ¿Dasme también toda el alma? ¿Toda? ¿Tendrás el mesmo amor e la mesma creencia que tu Aixa, ?

Su hermana le instó a dormir y a descansar sin descubrir su presencia; y espiando a Carmencita, la vió subir al sobrado, y fuése a despertar a la fiera, azuzándola con el nombre de la muchacha y con la promesa de que arriba la hallaría sola y suya..., regalada..., ofrecida..., esperándole....

El sereno cantó las doce a lo lejos. Poco después cesó el ruido apagado y confuso de voces. El Magistral esperó. No volvió el rumor. «Ya no reñían». La claridad de la vidriera desapareció de repente. El Magistral siguió espiando el silencio. Nada; ni voces ni luz. El sereno volvió a cantar las doce... más lejos. De Pas respiró con fuerza y dijo entre dientes: ¡Ya estará durmiéndola!

Carmen suspiró. Había hablado rápidamente, espiando con recelo la hermosa cabeza dormida de Laura. La luz de la lámpara, a través de la pantalla muy caída, envolvía con su reflejo verde el rostro y los brazos que se enlazaban desnudos a la almohada. ¡Pobre Laura! concluyó Carmen. Aunque tal vez ahora, cuando vuelva José Luis, todo podrá remediarse.