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Actualizado: 2 de junio de 2025
Llevaba una hora de pie, mirando hacia la ciudad, espiando las amplias avenidas que alcanzaba á ver entre los aleros, y en las cuales hormigueaba un público continuamente renovado, cuando sintió con insistencia un cosquilleo en uno de sus tobillos.
He soñado muchas veces continuó ella con un hombre que robase por mí, que matase si era preciso, y fuese á pasar el resto de sus años en una cárcel... ¡Pobre ladrón mío!... Yo viviría únicamente para él, pasando día y noche junto á las murallas de su prisión, espiando las rejas, trabajando como una mujer del pueblo para enviar buena comida á mi bandido... Eso es amor, y no las mentiras frías, los juramentos teatrales de nuestro mundo.
Cuando Pepe dejaba de ir a ver a Paz, por miedo a infundir sospechas o parecer pegajoso a don Luis, entraba Pateta en funciones de correo: ya sabía ella que cada tercer día de ausencia el chico rondaba al oscurecer los alrededores del hôtel y, espiando momento oportuno, metía el brazo por la verja y dejaba la carta bajo los ladrillos levantados del horno, situado junto al invernadero.
¡Cómo! ¿si lo hay? Pero ¡verdaderamente lo hay! Entonces vos entraréis allí, señor cura. Decís que esto no es seguro... y yo os digo que sí. ¡Vos estaréis allí! en la puerta espiando a vuestros parroquianos y seguiréis ocupándoos de nuestros asuntos. Y le diréis a San Pedro... ¿es San Pedro quien tiene las llaves del Paraíso, no es así? Sí, es San Pedro.
Centenares de ojos estaban fijos en el mar, espiando las ondulaciones de su superficie, creyendo ver el remate de un periscopio en todos los objetos, maderas, hierbas ó botes de lata que pasaban á flor de agua. Los oficiales del batallón de tiradores habían ido á la proa y la popa para mantener la disciplina de su gente.
»Me pareció que de repente había conmovido sus corazones alguna viva inquietud, pues interrogaban con angustia mis facciones, espiando mis más pequeños movimientos; pero pronto se tranquilizaron y sus miradas brillaron de satisfacción y de contento; los transportes de alegría de aquellos dos seres, consagrados únicamente a mi cuidado, me recompensaron ampliamente de mi aislamiento y de todas las defecciones que había sufrido.
Clotilde lo aceptaba de buen grado: ella tan desdeñosa con los autores más eminentes, se estiraba y se encogía ahora como blanda cera en las manos de este muñeco insulso. Era de ver la humildad con que aceptaba sus correcciones, y la inquietud que la causaban las censuras: mientras duraba el ensayo tenía los ojos puestos constantemente en él, espiando como esclava sumisa los deseos de su dueño.
Sólo permanecía en su camarote el tiempo necesario para dormir. El y Tòni pasaban largas horas en el puente, hablando sin mirarse, con los ojos vueltos al mar, espiando la movible superficie azul. Todos los tripulantes, hasta los que estaban en horas de descanso, sentían la necesidad de vigilar del mismo modo. De día, el más leve descubrimiento enviaba la alarma de la proa á la popa.
Fue necesario que bajase al escritorio de Escudero y que éste sacase de la caja la preciada joya regalo del novio. Enteradas por este paso algunas criadas de la ceremonia que iba a realizarse, no dejaron de acudir para ver si percibían algo espiando por las cerraduras y los quicios de las puertas.
Al pie del farol, recorría los diarios de la tarde, espiando la aparición, del lado del río, de la luz verde, azul o roja del vehículo; el frío y la humedad le incomodaban, e impaciente por la tardanza, se paseaba por el atrio solitario, como galán que espera: el rumor inmenso de la ciudad se había apagado, las luces palidecían en medio de la neblina, las vidrieras de los escaparates sudaban de frío, las palmeras tísicas de la plaza se quejaban... Andando, míster Robert pasó la esquina de Reconquista y llegó hasta la Bolsa, en su afán de salir al encuentro del tranvía, creyendo así alcanzarle más pronto.
Palabra del Dia
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