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Actualizado: 23 de mayo de 2025
La tan decantada arquitectura de la Edad Media no se aventuraba á edificar tan alto si no daba al edificio apoyos exteriores, contrafuertes, botareles, y hacia la cima de las torres ya no se fiaba de la piedra, sino que recurría al auxilio no muy artístico de los grapones de hierro que enlazaban entre sí las piedras, como puede verse todavía en la aguja de la catedral de Strasburgo.
Carmen suspiró. Había hablado rápidamente, espiando con recelo la hermosa cabeza dormida de Laura. La luz de la lámpara, a través de la pantalla muy caída, envolvía con su reflejo verde el rostro y los brazos que se enlazaban desnudos a la almohada. ¡Pobre Laura! concluyó Carmen. Aunque tal vez ahora, cuando vuelva José Luis, todo podrá remediarse.
Pero luego las notas decaían, las bellas frases se enlazaban más lánguidas, la imagen de la dicha moría en un radio de sombra, y ya sólo podía oírse la tierna resignación del amor vencido ante la irremediable lejanía de su ideal ultraterreno.
Muchas veces, cuando más descuidado caminaba el hombre invencible, el hombre de acero con el trueno al hombro, los indígenas caían sobre él, lo enlazaban entre las lianas de sus brazos, y juntos chapuzábanse en la laguna como racimo de miembros palpitantes, contentos de perecer a cambio de ahogar al blanco.
Ni remotamente tenía yo derecho a imaginar que las caritativas visitas que usía me hizo, después de mi conversión, más aparente que real, le enlazaban conmigo, por ningún estilo, y le ponían en la obligación de consagrarse a mi persona con amistad exclusiva y única y de ser constante compañero mío en la penitencia, cuando nunca lo fue en el pecado.
Enlazaban unas ventanas con otras, á guisa de circuitos telegráficos, varias cuerdas de donde colgaban algunas despilfarradas camisas, y de vez en cuando tal cual lonja de tasajo, sobre el cual descendía en el silencio de la noche una caña con anzuelo, manejada por las hábiles manos del estudiante del sotabanco. La vidriera del cuarto de Clara no se abría nunca.
La parte inferior de las paredes, hasta una altura de diez pies, estaba revestida de pequeños azulejos, cuyos brillantes colores se enlazaban en artificiosos mosaicos. Enfrente de la entrada se abría una anchísima escalera de mármol, construcción aérea, sin más apoyo ni sostén que la sabia proporción de su masa enorme.
Palabra del Dia
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