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Quedábase el tabernero entre barreras durante la corrida, animando al espada con su presencia y con los ademanes de un grueso garrote que no le abandonaba nunca. Cuando el muchacho descansaba junto a la valla, veía aparecer como un fantasma de terror la cara mofletuda y roja de su padre y la cabeza del grueso palo.

Se había puesto excesivamente, monstruosamente gruesa; el pecho desbordaba del corsé; la cintura, salida de madre, invadía las caderas; los brazos, del codo al hombro, tenían más de muslos que de brazos; el cuello, corto, con un collar de grasa, que caía en blanda papada sobre el cuerpo del vestido, manchado por la transpiración y los polvos de arroz; la cara, mofletuda, colorada, reluciente; los ojos, enterrados en tanta gordura, lacrimosos, a la sombra de un flequillo postizo, que se encrespaba sobre las cejas peladas... Y encima del peinado pretencioso, una capota rosa, una capotita monísima... ¡Qué bajón tan grande había dado la señora de Esteven!

Estaba tan gracioso que, a pesar de la repugnancia que me inspiraba aquella farsa burlesca que era una profanación, no podía guardar mi seriedad ante aquella cara mofletuda, aquella nariz arremangada y aquellas muecas de compunción. La risa me retozaba en los labios, y puedo asegurar a usted, señor cura, que contra mi voluntad.

Su juventud revelábase únicamente en la cara mofletuda, de labios carnosos y salientes, sobre los cuales la virilidad sólo había trazado un ligero bigote. El cabello se ensortijaba en la frente formando un rizo apretado, un moñete al que llevaba con frecuencia su mano carnosa.

Y una vez encontró á un querubín pequeñito, de cara mofletuda, que le respondió: , señora. Su Divina Majestad ha contestado algo. Al darle yo su recado, me dijo: «¿Pero es que ese par de sinvergüenzas viven todavía?...» Eva sólo quiso ver en tales palabras una broma de niño falto de buena crianza. Juzgaba imposible que el Señor hubiera dicho esto.

Eva, con sus ojos de mujer curiosa, no tardaba en descubrir la carita mofletuda que le estaba espiando medio oculta en las espesuras del follaje. Entonces, iniciando una de sus más hermosas sonrisas, lo llamaba: Oye, chiquitín, ¿vienes de allá arriba? ¿Cómo está el Señor? Viéndose descubierto, el niño celestial se aproximaba hasta dejarse caer sobre las rodillas de nuestra madre.

De la parte trasera del carro surgió, como un monigote del fondo de una caja, una cabeza de viejo, con el cuello del chaquetón rozando las orejas y un gorro de pelo encasquetado hasta los hombros. Era una cara mofletuda y roja, con una vaguedad en los ojos rayana en la estupidez.

Genoveva era una mujer de cuarenta años poco más o menos; baja, gruesa, morena, mofletuda, con ojos grandes y pardos a flor de la cara, que no decían nada, absolutamente nada, el cabello muy lamido y formando ondas por las sienes. Vestía saya lisa del hábito del Carmen y manto negro de merino anudado a la espalda, al uso de todas las sirvientas provincianas.

Encarnación era costurera; moza robusta, colorada, mofletuda, de fisonomía vulgar. Entre los artesanos de Sarrió pasaba por la mejor moza de las cuatro: para el catador inteligente y refinado valía muy poco.

Porque ayer se ha acostado usted tarde y quería que descansase respondió Demetria besándole la mano. ¡Has mazado también, hija mía! ¿Para qué te has tomado ese trabajo? Yo lo hubiera hecho mientras te arreglabas. La tía Felicia, que era una mujer gruesa, mofletuda, sonrosada y tersa como si tuviese veinte años, creyó advertir algo extraño en el rostro de su hija.