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Actualizado: 17 de junio de 2025


¡Lladre... lladre: no t'escaparás! rugió Batiste, disparando su segundo tiro desde el fondo de la acequia con la seguridad del tirador que puede apuntar bien y sabe que «hace carne». ¡Ladrón... ladrón: no te escaparás! Le vió caer de bruces pesadamente sobre el ribazo y gatear luego para no rodar hasta el agua.

Pero tuvo que levantarse al fin a ver a su mujer en el dormitorio, en plena crisis de nervios. El pelo se había soltado y los ojos le salían de las órbitas. ¡Dame el brillante! clamó. ¡Dámelo! ¡Nos escaparemos! ¡Para ! ¡Dámelo! María... tartamudeó Kassim, tratando de desasirse. ¡Ah! rugió su mujer enloquecida. ¡ eres el ladrón, miserable! ¡Me has robado mi vida, ladrón, ladrón!

El Capitán les indicó, con un ademán de desesperación, las ramas esparcidas por el suelo. ¡Ah, ladrones! rugió Cornelio, pálido de ira. ¡Estamos perdidos! exclamó el piloto. En efecto, la chalupa ya no estaba allí. Aunque había sido perfectamente escondida entre las yerbas y luego recubierta de ramas y de hojas, o los piratas o sus enemigos la habían encontrado y se la habían llevado.

En el paroxismo de su ira oyó Andrés el nombre de Carmencita. ¿No sabes? le decía su hermana, serena en medio de aquella borrasca : «la dejó plantada». El bárbaro mozo se calmó de repente, deteniendo el trueno de su voz ante la imagen seductora de la niña. ¿Dónde está? preguntó ansioso. No ; ahí, por algún rincón; está muy triste. Quiero verla rugió el monstruo.

Extendió su muleta el espada, y la bestia acometió con sonoro bufido, pasando bajo el trapo rojo. «¡Olé!», rugió la muchedumbre, familiarizada ya con su antiguo ídolo y dispuesta a encontrar admirable todo cuanto hiciese. Siguió dando pases al toro, entre las aclamaciones de la gente que estaba a pocos pasos de él y viéndole de cerca le daba consejos. ¡Cuidado, Gallardo! El toro estaba muy entero.

Y tratándose de un escudero comedido y digno de ese nombre, me quitaría el guante, como lo hago ahora y lo dejaría caer á sus pies; pero teniendo que habérmelas con un destripaterrones como vos, se lo lanzaría á la cara! Y con toda su fuerza arrojó el guante al rostro burlón del escudero. ¡Lo pagaréis con vuestra vida! rugió éste, blanco de ira. Si podéis quitármela, repuso Roger con entereza.

A la moza que abrió la puerta le preguntó, áspero y breve: ¿La señorita Carmen? Está en la cama. ¿Qué tiene? Una punta de calentura.... Salióse ayer de casa como una loca, y cuando la encontramos parecía que no estaba en sus cabales.... La acostamos, sin que haya querido desnudarse.... A usted le mienta mucho.... Mañana dice la señora que llamará al médico.... Mañana, ¿eh? rugió Salvador.

La señora Chermidy rugió interiormente a la idea de que el marido y la mujer acabasen quizá por sentirse atraídos el uno hacia el otro; temió que la piedad, el reconocimiento, la costumbre, uniría a las dos almas jóvenes y que un día vería sentarse entre don Diego y Germana a un invitado con el que no había contado: el Amor.

Y después, cuando quise, golondrina cansada, al nido de mis padres y de mi amor volver, rugió fiera de pronto violenta turbonada: vénse rotas mis alas, deshecha la morada, la vendida a otros y ruinas por doquier.

Aparte de esto, no estaba seguro de que ahora dijese verdad... Todo en ella era falso. Ni siquiera conocía con certeza su verdadero nombre y su existencia pasada... ¡Márchate! rugió con tono amenazador . ¡Déjame en paz! Tendió sus poderosas manazas hacia ella viendo que se resistía á obedecer.

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