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Perfectamente armados y protegidos con sus cascos de acero, cota de malla recubierta por el coleto blanco con la cruz roja de San Jorge en el pecho, el largo arco á la espalda y la maza ó el hacha de combate colgada del cinto, sentíase el barón capaz de grandes empresas al frente de aquellos hombres denodados.

Más de media hora empleó toda aquella procesión en ocupar sus asientos; la gradería mayor quedó recubierta de insigne muchedumbre. Los inquisidores se colocaron en el centro; el estado eclesiástico hacia el septentrion; la ciudad y los caballeros, hacia el mediodía. Los reos, acompañados de los familiares y religiosos, llenaron a su vez el otro cadalso.

A la vez que Ramiro dejaba caer estas palabras, don Alonso observó, con inquieta curiosidad, la daga sarracena, recubierta de pedrería, que el mancebo llevaba en el cinto, y, sin poder dominar su sorpresa, tomándola por fin en su mano, exclamó: Donoso puñal. ¿Es acaso algún arma de los agüelos? No, señor.

El Capitán les indicó, con un ademán de desesperación, las ramas esparcidas por el suelo. ¡Ah, ladrones! rugió Cornelio, pálido de ira. ¡Estamos perdidos! exclamó el piloto. En efecto, la chalupa ya no estaba allí. Aunque había sido perfectamente escondida entre las yerbas y luego recubierta de ramas y de hojas, o los piratas o sus enemigos la habían encontrado y se la habían llevado.

Había también muchas kichisan, de treinta centímetros de longitud, forma ovalada y piel negra recubierta de verrugas; talifan, de la misma longitud poco más o menos que las anteriores, de color rojo tostado, con una fila de espinas rojas en el dorso. Son las más tiernas, y por ello exigen cuidados especiales para prepararlas.

Lo primero que vió fué sus pies descansando sobre algo que estaba más alto que el suelo; después contempló este suelo, que era de madera limpia y brillante, con ensambladuras muy ajustadas; y más allá, como último término, una barandilla recubierta exteriormente de lona pintada de blanco. Sobre esta baranda se abría una obscuridad misteriosa que parecía exhalar el aliento salitroso del infinito.

Cuando quedaron solos, el mancebo, enmudecido por las tumultuosas impresiones que jugaban con su ánimo, levantose nerviosamente y, acercándose a la ventana, abrió las maderas. Avila, recubierta de nieve, resplandecía bajo el mágico claror de la luna como una ciudad de encantamiento. Ramiro ordenó al lacayo que se llevase las candelas.

Agachándose pudo distinguir las huellas de los pequeños pies en la nieve inmaculada, y siguió su rastro hasta las matas de retama. «¡Ma-ma!», repitió la criatura varias veces, echándose hacia adelante, como para escapar de los brazos del tejedor antes de que éste, que tenía un arbusto por delante, viera que había allí un cuerpo humano, cuya cabeza estaba profundamente hundida entre las ramas y a medias recubierta por la nieve levantada por el viento.

Una flecha dijo examinándola con precaución . Ha sido disparada probablemente con una cerbatana. Aquella flecha tenía como un palmo de largo: era una delgada caña de bambú espinoso, con una de sus puntas aguzada y la otra provista de un fleco de algodón. Toda ella parecía recubierta de una tintura vegetal. ¿Estará envenenada? preguntó Cornelio.

La roca dura de las montañas, lo mismo que la que se extiende por debajo de las llanuras, está, recubierta casi completamente por una capa cuya profundidad varía, de tierra vegetal y de diferentes plantas. Aquí son bosque; allá malezas, brezos, mirtos ó juncos; acullá, y en mayor extensión, el césped corto de los pastos.