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Actualizado: 17 de julio de 2025
Y en su brutalidad escupió a Catalina en la cara. Martín, cegado, saltó como un tigre sobre Carlos y le agarró por el cuello. ¡Canalla! ¡Cobarde! rugió . Ahora mismo vas a pedir perdón a tu hermana. ¡Suelta! ¡Suelta! exclamó Carlos ahogándose. ¡De rodillas! ¡Por Dios, Martín ¡Déjale! gritó Catalina . ¡Déjale! No, porque es un miserable, un canalla cobarde, y te va a pedir perdón de rodillas.
La muchedumbre aglomerada ante el palacio rugió de entusiasmo al ver en un balcón al siempre descontento tribuno sonriendo á los señores del gobierno y abrazándose con ellos. Bajo el resplandor sonrosado de las iluminaciones nocturnas desfilaron todas las tropas de la capital.
Yo... balbuceó Bermúdez usted dispense... como nadie me decía nada... creí que no estorbaba... y además... creía que al bajarme... pudiese empeorar la situación de esa señora... alguna sacudida. ¡Ay, no, no! no se baje usted gritó la viuda con espanto. ¿Cómo que no? rugió furioso don Álvaro . ¿Quiere usted que yo levante este armatoste con los dos encima y a pulso?
Cansada la hoz de encontrar obstáculos, había derribado de un solo golpe una de las manos crispadas. Quedó colgando de los tendones y la piel, y el rojo muñón arrojó la sangre con fuerza, salpicando á Barret, que rugió al recibir en el rostro la caliente rociada.
El padrastrillo me vió entonces y se lanzó sobre mí. ¡Yo no hice nada! grité. ¡Espérate! rugió mi tío, corriendo tras de mí alrededor de la mesa. ¡Alfonso, déjalo! ¡Después te lo dejaré! ¡Yo no quiero que me toque! ¡Vamos, Alfonso! ¡Pareces una criatura! Esto era lo último que se podía decir al padrastrillo.
Ella gritó entre los dientes, y sus esfuerzos fueron tan desesperados que logró por fin desasirse. Entonces el mancebo, quitándose de golpe la máscara, rugió dos veces: ¡Ramera! ¡Ramera! enseñándola el rostro. La niña no pudo modular ni una sola palabra. Su boca, entreabierta, negra de horror, dejó escapar un quejido sordo, aciago, indefinible.
El mancebo se contuvo y envainó la hoja de golpe, mientras el criado examinaba su propia sangre en los dedos. No bastaba que fuese yo el desheredado, el estorbo, el hijo maldito, sino que agora les es permitido a los criados de mi hermano hacer mofa de mí rugió el segundón, mirando de hito en hito a su padre y recorriendo a trancos la cuadra.
El aperador la había escuchado hasta entonces con desdeñosa frialdad, pero al sonar estas palabras fue a él a quien tuvieron que contener los hombres de la gañanía. ¡Bruja! rugió ¡a mí lo que quieras, pero a esa persona no te la pongas en la boca, porque te mato!
Los sueldos son muy crecidos apuntó el ayudante del puerto. El tenor, seis duros; la tiple, otros seis, son doce; el bajo, cuatro, son diez y seis; la contralto, tres, son diez y nueve; el barítono, cuatro... El barítono, cinco apuntó Peña. El barítono, cuatro insistió furibundo Maza. A mí me consta que son cinco. El barítono, cuatro rugió de nuevo Maza.
En esto, D. León Pintado había abierto con no poco trabajo la reja de la sacristía; saltó al patio, única manera de comunicarse con el convento desde la sacristía, y abalanzándose a Mauricia le sujetó ambos brazos. «¡Suéltame, León, capellán de peinetas!» rugió la visionaria...
Palabra del Dia
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