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Actualizado: 24 de junio de 2025


De noche, cuando la Luna ilumina aquel campo y las ingentes piedras cubiertas de nieve, cuando el cierzo sopla moviendo las zarzas heladas, parece que se oye el grito de espanto de los germanos en el momento de la sorpresa, el llanto de las mujeres, el relinchar de los caballos, el estruendoso rodar de los carromatos que desfilaron; pues, a lo que parece, aquellos hombres conducían en carros cubiertos de pieles a mujeres, niños, viejos y todo cuanto poseían en oro y plata, así como sus muebles, del mismo modo que lo hacen los alemanes que se marchan a América.

Por delante de sus ojos desfilaron las aventuras estupendas de Los doce pares de Francia, la historia de Aladino o la lámpara maravillosa, la de Flores y Blanca-Flor «su descendencia, amores y peligros que pasaron por ser Flores moro y Blanca-Flor cristianala de Pierres de Provenza y la hermosa Magalona, la de El esforzado Clamades y la hermosa Clermonda, o sea El caballo de madera, y otras muchas interesantísimas donde la virtud sale triunfante y el vicio corrido.

Gran parte de aquel día permaneció absorto el buen Roger en la contemplación de los lúcidos escuadrones y compañías que ante él desfilaron, á la vez que escuchaba atento los nombres que citaba y los interesantes comentarios que hacía el veterano Simón, hasta que los últimos hombres de armas hubieron desaparecido en los profundos desfiladeros de Roncesvalles, con dirección á los llanos de Navarra.

Desfilaron primeramente las diversas imágenes de los pueblos con su acompañamiento de devotos. Habían venido éstos de muchas leguas de distancia, bajando las montañas como rosarios de hormigas multicolores. Los hombres, al abandonar su caballo con alas de cuero y lazo formando rollo á un lado de la silla, marchaban con una torpeza de centauro, haciendo resonar á cada paso sus enormes espuelas.

Las fértiles fantasías de la juventud, las visiones de esperanzas ha tiempo fenecidas, las sombras de alegría no producidas, los vivos colores de la aurora de la existencia; en fin, todo lo que mi memoria había atesorado, desfilaron por delante de , pero ya no existían dentro de mi corazón.

Tenía en su rostro una expresión grave y pensativa, como si presintiese que este encuentro iba á influir en su existencia. Pero al desaparecer Elena con sus acompañantes detrás de un montículo arenoso, el gaucho, no sintiendo ya el deslumbramiento de su presencia, sonrió con cinismo. Varias imágenes salaces desfilaron por su pensamiento, desvaneciendo sus dudas y devolviéndole su antigua audacia.

Acercándome a la reja, pude fácilmente distinguir tras ella bultos blancos y negros, entre los cuales algunos desfilaron pausadamente y sin ruido hacia una puerta que se abría en el ángulo del fondo, y otros permanecían inmóviles y de rodillas. Eran las monjas.

Sin esta máscara no podré continuar. Algunos rostros de tejedoras, de fruteras, de simples mozas de cántaro, desfilaron por su mente. El sol se había puesto. Las calles estaban desiertas.

Fueron cinco años de aturdimiento en que desfilaron ante su vista calles populosas, teatros resplandecientes, hoteles magníficos, salones de baile, trajes deslumbradores, muchos conocidos y ningún amigo. Su marido se plegaba a sus caprichos a la fuerza, como un oso indómito que obedeciese gruñendo al palo del domador. Habían tenido una niña, que se murió a los cuatro meses.

Hubo algunos instantes de silencio, durante los cuales todos los ángeles del cielo desfilaron por la salita que bañaba el sol de la mañana, posando sus ojos radiantes de alegría en aquel grupo interesante. Mas he aquí que Martita separa un poco el rostro de su padre, y sonriendo al través del llanto pregunta cándidamente a su amado: ¿Comerás hoy con nosotros, Ricardo?

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