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Actualizado: 13 de mayo de 2025


En los países donde el peligro, más que en combatir al enemigo, consistía en tener que sufrir hambre, frío, intemperie, el candidato al título de hombre era abandonado en el bosque sin alimento, sin vestidos, expuesto al cierzo y á las picaduras de los insectos: tenía que permanecer allí, inmóvil, altivo y plácido el rostro, y después de varios días de espera había de tener aún bastantes fuerzas para dejarse atormentar sin quejarse y asistir á una abundante comida sin adelantar la mano para coger su parte.

Al regresar y acercarse a la entrada de los Pazos, un remolino de hojas secas le envolvió los pies, una atmósfera fría le sobrecogió, y la gran huronera de piedra se le presentó imponente, ceñuda y terrible, con aspecto de prisión, como el castillo que había visto soñando. El edificio, bajo su toldo de negras nubes, con el ruido temeroso del cierzo que lo fustigaba, era amenazador y siniestro.

¡Pues qué es usted.... Dios mío! Y Lucía cruzó acongojada las manos. Lo que el Padre Urtazu llamaría... un incrédulo. ¡Ah! gritó ella con ímpetu . El Padre Urtazu diría que son unos malvados los incrédulos todos. Pudiera añadir el Padre Urtazu que todavía son más infelices. Es verdad replicó Lucía trémula aún, como arbusto sacudido por el cierzo . Es verdad: todavía más infelices.

¿No temes, , que el exterminio brote del seno impuro de nequicia tanta y con sus alas de huracán te azote? No seas, no, como la débil hoja que arranca a su merced el cierzo frío que en Otoño los árboles despoja. cual la narra de tu bosque umbrío que, al ascender por el azul sereno, lanza al baguio valiente desafío.

Don Saturno se apresuró a despedirse. De sus mejillas brotaba fuego. Iba a cuerpo y tenía mucho frío. El viento caliente le sabía a cierzo. ¡Temo una pulmonía! dijo, mientras escapaba abrochándose la levita por la cintura. Necesitaba saborear a solas las emociones de aquella tarde. «Amaba y creía ser amado». Aquella tarde hablaron la Regenta y el Magistral en el paseo.

Hay negros dias de horas menguadas en que anochece por la mañana. Consigo traen nubes de lágrimas y el duro cierzo que hiela el alma. ¡Desheredado desde la infancia! Los años vienen, corren, avanzan; el niño es hombre, la madre anciana, y el raudal ciego de la desgracia siempre les dice con voz aciaga: «¡Ay vida triste! ¡Corriente amarga

¡Provenza ha de vivir eternamente en Mireya y en Calendal! ¡Basta de poesía! dijo Mistral, cerrando su cuaderno. Es preciso ver la fiesta. Salimos. Todo el pueblo estaba en las calles; un ramalazo de cierzo había disipado las nubes del cielo, que brillaba alegremente sobre las rojas techumbres, mojadas por la lluvia. Llegamos a tiempo de presenciar la procesión que regresaba.

Conocí la voz, retrocedí de un salto hasta la puerta, y vi que por la del salón avanzaba un bulto que lo mismo podía ser un jaral de la montaña, tal y como debían estar todos en aquellos instantes, que un hombrazo del calibre y los talares de don Sabas, porque venía nevado por la cabeza y por los hombros y por donde quiera que asomaba un relieve, por mínimo que fuera, en sus luengas y espidas vestiduras; y al andar y sacudirse de propio intento, arrojaba en el suelo la nieve en cascadas polvorosas, como cae de los matorros cuando los sacude y zarandea el cierzo enfurecido.

De noche, cuando la Luna ilumina aquel campo y las ingentes piedras cubiertas de nieve, cuando el cierzo sopla moviendo las zarzas heladas, parece que se oye el grito de espanto de los germanos en el momento de la sorpresa, el llanto de las mujeres, el relinchar de los caballos, el estruendoso rodar de los carromatos que desfilaron; pues, a lo que parece, aquellos hombres conducían en carros cubiertos de pieles a mujeres, niños, viejos y todo cuanto poseían en oro y plata, así como sus muebles, del mismo modo que lo hacen los alemanes que se marchan a América.

El movimiento regular de tantos miles de alas producía en el silencio un ruido semejante al de las hojas secas arrastradas por el cierzo. Son los pinzones, que se marchan de las Ardennas dijo Hullin. , es el último paso; ya el hayuco está enterrado en la nieve lo mismo que la sementera. Pues bien, mira; hay más hombres allá abajo que pájaros en esa bandada.

Palabra del Dia

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