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El día 9 lo terminó el rey asistiendo por la noche al teatro Principal, donde el Ayuntamiento había dispuesto en honor suyo una función extraordinaria, en la que hubo, á más de la representación de La dama sutil, cantata en elogio del rey, sainete de circunstancias y bailes andaluces, que entretuvieron en extremo á la oficialidad y á las tropas invasoras.

La cantata que se entonó en el teatro era obra del poeta D. Manuel M.ª Arjona, y su autor la había escrito para que se entonase en un concierto ante el rey José, en Córdoba, cosa que no llegó á verificarse. De la letra, ya olvidada hoy, sólo copiaré los últimos versos, que decían: «....Tal vez se mire en aterido invierno gemir el campo en languidez marchita sufriendo su rigor y hielo eterno.

Apénas decia quatro palabras; interrumpia el segundo gentil-hombre, diciendo: Su Excelencia tiene razon. Los otros dos seltaban la carcajada en aplauso de los chistes que habia dicho ó debido decir Irax. Servidos que fuéron los postres, se repitió la cantata. Parecióle delicioso el primer dia, y quedó persuadido de que le honraba el rey de reyes conforme á su mérito.

El dia primero, así que se despertó el voluptuoso Irax, entró el maestro de música acompañado de los cantores y violines, y cantáron una cantata que duró dos horas, y de tres en tres minutos era el estribillo: ¡Quanto merecimiento! ¡Qué gracia, qué nobleza! ¡Que ufano, que contento Debe estar de propio su grandeza!

Ocurríansele desde aquella mañana, con la persistencia de una cantata en boga, unas vagas frases que había leido en sus comuniones: «¡Ya es llegada la hora dichosa! ¡Ya se acerca el momento feliz! Pronto se cumplirán en las admirables palabras de Simoun: Vivo yo, mas no yo sino que el Capitan General vive en », etc. ¡El Capitan General, padrino de su hijo!

Concluida la cantata, le recitó un gentil-hombre una arenga que duró tres quartos de hora, pintándole como un dechado perfecto de quantas prendas le faltaban; y acabada, le lleváron á la mesa al toque de los instrumentos. Duró tres horas la comida; y así que abria la boca para decir algo, exclamaba el gentil-hombre: Su Excelencia tendra razon.

Los chicuelos les seguían, a distancia prudente, canturreando: Hoy a la Xuantipa le duele la tripa. Monxú Codorniú, lo pagarás . La Xuantipa les arrojaba guijarros. Desparramábanse los pilletes, pero volvían a poco con la cantata. Belarmino caminaba con talante digno y admirable. Así llegaron a la zapatería. En la zapatería aguardaba a Belarmino un caballerete.

Una de aquellas noches de los dúos forzosamente castos, con reservas mentales, abrió ella la puerta, pasó él, y sentados en el sofá lo más cerca que permitían el pudor y el respeto, comenzaron la cantata mil y tantos diciéndose esas eternas frases juntamente dulzonas, picarescas, inocentes, maliciosas, arteras, ingenuas, sinceras y mentidas, muchas veces estúpidas, pero siempre gratas, con que se entretienen y engañan los amantes mientras se prepara la catástrofe del drama a que la Providencia les tiene predestinados.

Estas manifestaciones dieron motivo á las cándidas líneas que la Gaceta de Sevilla, escrita por Lista, insertaba en su número del sábado 10 de Febrero: «Anoche asistió S. M. á la función que le había ofrecido la Ciudad en el teatro, el cual ha sido abierto al cabo de dos años que permaneció cerrado. Hubo una cantata, comedia, sainete y varias danzas de las propias del país.