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Actualizado: 4 de junio de 2025
Mas después de casados, como quiera que ella no lograba hijos propios, comenzó a odiar al marido y a cavilar que la niña era hija disimulada de Belarmino; con que la criatura tampoco se libraba del odio de la apasionada mujer. En los apóstrofes y denuestos de Xuantipa, aunque muy veladas, siempre latían, como se habrá advertido, venenosas alusiones a este asunto.
Al llegar los frailes a Inhiesta, Angustias había desaparecido. La dueña de la hospedería les entregó un papel que la niña había olvidado en la habitación. Era la carta de Xuantipa.
Sea usted tranquila, Xuantipa; póngase usted tranquila. ¡Tranquila, tranquila!... Si es para tocarse del queso. Esto se lo lleva la trampa, porque no hay un hombre aquí. ¿Qué va a ser de mí? ¿Qué va a ser de esa pobre neñina inocente? Porque yo, bien lo sabe Dios, perdono, hago como que no sé.
¡Dios le oiga! oró Xuantipa, adoptando una actitud devota convencional. Yo creo que usted debe intervenir algo en el negocio, Xuantipa: llevar la administración, hacer a los deudores que ellos paguen.... Usted sirve para eso, tanto como Belarmino creo que no sirve. ¿Que si sirvo? Si éste me dijera de verdad quiénes son los que no pagan, le prometo a usted que, o pagan, o les saco el galillo.
Quiero volver con usted, padre.» Esta carta se cruzó con otra que Xuantipa había escrito a Angustias de sobremesa, fresca aún la noticia de la fuga y en el primer impulso de la iracundia: «No vengas a manchar esta santa casa. Esconde tu vergüenza en donde nadie te encuentre ni te conozca ni nos conozca.» Cuando Belarmino recibió la carta de Angustias, rompió a llorar y a reír.
Belarmino creyó estar soñando. ¿Era aquélla la voz de un ángel acatarrado? ¿No hay cristiano o alma humana en este recinto? volvió a hablar la voz de flautín, sonando siempre al nivel del cielo raso. Oyéronse a continuación unas palmadas retumbantes, como el tableteo de un trueno. Belarmino, ¿estás ahí? rugió Xuantipa, desde las habitaciones interiores.
El día de la fuga, Angustias dijo a Belarmino y Xuantipa que cenaría con la solterona y se quedaría en su casa a dormir, como otras noches. A la mañana siguiente, el Padre Alesón, sin saber cómo ni de dónde, recibía un anónimo, escrito en caracteres que simulaban letra de imprenta.
Pero, ¿es que la Xuantipa estaba infiel al pobre Belarmino? Yo lo ignoraba. Ganas, quizás no le faltaban. Lo que digo es que, como Belarmino no sabía curar a su mujer, cuando la tenía, con jarabe de fresno, que no hay melecina mejor pa las mujeronas, pues, la fija, que su mujer le tenía a él siempre atosigao, y pa curarlo, pues, ya sabe usté, le ponía en los lomos cada cataplasma de estaca....
Mujer... suplicó Belarmino. Xuantipa, cuando él lo dice.... Belarmino es un hombre verdadero medió el señor Colignon. ¿Ese un hombre verdadero? ¿Ese mastuerzo, ese babayo, un hombre verdadero? Lo habrá sido antes, de soltero. Ahora.... Un tontorontaina, un hazmerreír, un holgazán. Eso, eso es lo que es. Usted no le conoce, señor Coliñón. Esto que yo he deseado decir es que Belarmino habla verdad.
Belarmino resolvió que Xuantipa ya no existía; que no existía Bellido, el usurero; que no existían Apolonio, ni su hijo, el seductor de Angustias; que no había existido el rapto ¡cuánto trabajo le costó suprimir de su alma esta pretendida alucinación o realidad ilusoria...! . Angustias, ésa sí que existía; como que la había concebido y creado él; era la hija de su alma y de sus entrañas: ¿no había de existir?
Palabra del Dia
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