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El muchacho, antes tan sólido y bien equilibrado, mostrábase inquieto y nervioso, lloraba a solas por cualquier cosa o se entregaba a expansiones infantiles; pero a pesar de esto, era más feliz que nunca. Su antigua vida parecíale la existencia soñolienta de una bestia amarrada a la estaca, rumiando la comida o durmiendo, sin noción alguna de un más allá.

A cual indio le toma la hamaca, A cual el pellejuelo que tenia, A cual, si le replica, allí le saca La manta con que el triste se cubria. Al fin, en la pared no deja estaca, Que todo cuanto halla, destruia, Y no contento de esta tal destroza, Enojo al que tiene muger moza. El Juan Ortiz aquí se regalaba, Y no tengais temor, pues que le duela Saber como su gente lo pasaba.

Una escollera interminable, una muralla más larga que la ciudad, se extendía paralelamente á la costa, y en el espacio entre la orilla y este obstáculo, que obligaba á espumear y rugir á las olas, se extendían los ocho amplios puertos, comunicándose entre desde el llamado de la Joliette, que era el de acceso, hasta el lejano de la Estaca.

Un día presentóse al arzobispo, con cartas de recomendación, un caballero recién llegado en un navío que, con procedencia de Valparaíso, había dado fondo en el Callao; y bajo secreto de confesión le reveló que él era el ladrón de la celebérrima estaca, la cual había llevado con gran cautela a su hacienda de Chile, y que, no embargante la excomunión, la estaca se había aclimatado y convertidose en un famoso olivar.

El arzobispo convino en levantarsela, pero imponiéndole la penitencia de restituir la estaca con el mismo misterio que se la había llevado. ¿Cómo se las compuso el excomulgado?

El obediente bruto llenaba su deber con lentitud, y el hombre seguia fijo como una estaca, centinela mudo de un campo desierto y de un rebaño de excelente índole. La misma escena se me ofreció diez ó doce veces. A 143 kilómetros de Madrid, en el fondo de la extensa llanura, se encuentra la pobre y vieja villa de Olmedo, primera poblacion de la provincia de Valladolid en la vía que yo llevaba.

Acto continuo, la joven, rebosando alegría y saltando como una corza, corrió a abrazar a Hullin. ¡Ah! ¿Eres , papá Juan Claudio? ¡Te esperaba! ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Cuánto tiempo has estado de viaje! ¡Pero ya estás aquí! ¡Es que, hija mía contestó el buen hombre en tono menos decidido, dejando la estaca detrás de la puerta y el sombrero sobre la mesa , es que... Y no pudo decir más.

La verdad es que ya tienes tiempo para haber aprendido un poco de crianza... ¡Cuidado que se necesita no tener un adarme para quedarse hecho una estaca cuando una persona decente, cuando un caballero, nos hace el favor de preguntarnos cómo estamos! Yo, viéndola tan irritada, traté de calmarla con algunas frases de disculpa.

Pero no es cuento, lectores míos, sino muy auténtico, lo que sucedió, y así se lo dirá a ustedes el primer cronista que hojeen. Aquel día las campanas clamorearon como nunca; y por fin, después de otras imponentes ceremonias de rito, el ilustrísimo señor arzobispo fulminó excomunión mayor contra el ladrón de la estaca. Pero ni por ésas.

Corro hacia él, empuñando una estaca; el loco me espera a pie firme... y desde aquel momento ya no veo más... Sólo siento un agudo dolor en el cuello, un sudor frío que me baña el rostro y tengo la impresión de que mi cabeza se bolea al extremo de una cuerda; era el miserable de Yégof que había atado mi cabeza a la silla de su caballo y que galopaba dijo la labradora con tal acento de convicción, que Hullin se estremeció.