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Pasan las fiestas, se arranca la última estaca de las barreras y los balcones improvisados de la plaza de toros, y no queda rastro alguno de la ruidosa y variadísima escena. Hasta el año siguiente, en la misma época, no se vuelve á pensar en el asunto.

No habíamos acabado de limpiarnos la boca cuando el implacable Mayoral nos llamó á la diligencia. Era preciso hacer la digestion á saltos, despues de haber comido en abreviatura bajo el régimen gallináceo ¡Imposible dormir en aquella cueva que se llama berlina, tieso como estaca y sacudido atrozmente por el armatoste que, tiene por piloto al Mayoral!

Pero, ¿es que la Xuantipa estaba infiel al pobre Belarmino? Yo lo ignoraba. Ganas, quizás no le faltaban. Lo que digo es que, como Belarmino no sabía curar a su mujer, cuando la tenía, con jarabe de fresno, que no hay melecina mejor pa las mujeronas, pues, la fija, que su mujer le tenía a él siempre atosigao, y pa curarlo, pues, ya sabe usté, le ponía en los lomos cada cataplasma de estaca....

Después, golpeando el suelo con el tacón y poniéndose al cuello una gruesa corbata de lana roja, descolgó de la pared una de esas capas de color verde obscuro, como las que llevan los pastores, y se la echó sobre los hombros; calose luego un sombrero de fieltro viejo y raído, cogió una estaca y exclamó: ¡No olvides lo que acabo de decirte, mujer; si no, ya verás! ¡Andando, Juan Claudio!

Pero enredándose en estos líos muchas veces, fué al mostrador; llenóle con la tiza de números como la palma de la mano; los borró dos veces con saliva y la manga del chaquetón; escribiólos de nuevo, y al fin volvió a la mesa, diciendo en seco: Tres pesetas, con la estaca.

Cada país tiene el Gobierno que merece, y aquí no puede gobernar más que un hombre que esté siempre con una estaca en la mano». Por gradaciones lentas, Juanito llegó a defender con calor la idea alfonsina. «Por Dios, hijo decía D. Baldomero con inocencia , si eso no puede ser» y sacaba a relucir los jamases de Prim.

Se deja estar tieso como una estaca y espera que ella le presente la boca y adelante los labios; entonces, por un instante, posa en ellos los suyos temblorosos y siente un leve estremecimiento en todo el cuerpo. Los dos se quedan uno al lado del otro, sonriendo tímidamente, con las mejillas encendidas.

Me espantó la idea de pasar en casa aquel día de lluvia, y sentíme al punto ansioso de ir a calentarme un poco a la de Federico Mistral, ese gran poeta que reside en Maillane, villorrio que dista tres leguas de mis pinos. Dicho y hecho: una estaca de ramo de mirto, mi Montaigne, una manta, ¡y al camino!

A veces suele verse algún viejo barquillo atado con una cadenita á una rama cualquiera, ó á una estaca clavada en la orilla; casi siempre está medio sumergido en el agua; indudablemente en otro tiempo sirvió á algún pescador, pero ahora sus tablas están desunidas, el agua penetra por todas partes y los únicos navegantes que se aventuran á utilizarla son los malos estudiantes en los días que hacen novillos; poniendo cada uno de los pies sobre una de las bordas, adelantan con precaución para mantener el equilibrio; luego, apoyándose en el bichero, empujan la casi deshecha embarcación al medio de la corriente, y, de un salto vigoroso, alcanzan la opuesta orilla; á veces se quedan cortos y caen sobre el barro, pero la travesía, bien ó mal, se ha realizado y se marchan alegres á continuar sus proezas por el monte.

El ladrón sería algún descreído o espirt fort, de esos que pululan en este siglo del gas y del vapor, pensará el lector. Pues se lleva un chasco de marca. En aquellos tiempos una excomunión pesaba muchas toneladas en la conciencia. Tres años transcurrieron y la estaca no parecía.