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Actualizado: 19 de mayo de 2025
Vivían en común como el pueblo de Licurgo y se trataban fraternalmente como los jóvenes guerreros tebaicos. Tenían remedios secretos como los sacerdotes de Isis. Algunos se abstenían de la carne de los animales y del uso de la palabra como los discípulos de Pitágoras. Otros usaban la túnica y el gorro de los frigios, y otros, en fin, ceñían sus riñones como el hombre primitivo.
Luego eran todos jugadores y su mal ejemplo contagiaría a los jóvenes de la población, que fuera de la época de ferias, se abstenían de los juegos prohibidos. En resumen, que el regimiento sería causa de perturbación en el pueblo y un elemento corruptor.
Los paseantes se abstenían de dar la vuelta en redondo a la cubierta y volvían sobre sus pasos para no turbar las conversaciones de las damas. Sólo algún gringo despreocupado o de egoísmo insolente pasaba sobre sus gruesos zapatos por entre los sillones, sin darse la pena de entender el significado de las miradas furiosas que despertaba su atrevida presencia.
Tratábanle con cierta protección entre burlona y benévola; pero se abstenían, si no es muy embozadamente y con precauciones, de bromearle con su ex-querida, porque alguna vez que se propasaron, Manolito fué víctima de ataques de cólera muy semejantes a la locura. Tenía poco más de treinta años; estaba calvo, la tez y los labios marchitos, los ojos apagados.
Los monacillos, cuyas sotanas rojas demasiado cortas dejaban ver unos pantalones demasiado largos, mostraban una compunción poco ordinaria y se abstenían de meterse el dedo en la nariz, de sonarse con las mangas, de hacer burla por detrás del oficiante y otras habilidades por el estilo.
Hasta los más grandes diarios, siempre ignorantes de la existencia de Flimnap, pues se abstenían sistemáticamente de publicar su nombre, le solicitaban ahora como colaborador, dejando á su arbitrio el fijar la retribución por sus escritos.
Sólo en los raros momentos de amor acallaban su hambre y su crueldad estos ásperos guerreros, despobladores del mar. Las parejas se abstenían de devorarse. Se encontraban apetecibles, pero sus triples dientes y sus aletas de sierra se limitaban á una ruda caricia. La hembra se dejaba dominar por el compañero que enganchaba en ella sus instrumentos de presa.
Soledad ni cantaba ni tocaba la guitarra, pero tenía habilidad notoria para bailar las danzas andaluzas. Mas, contra lo que acaece generalmente, no gustaba de mostrar su gracia; y aun puede decirse que desde hacía algún tiempo tenía el baile en aborrecimiento. Por lo cual sus amigas se abstenían de solicitarla en este particular, sabiendo que le causaban disgusto.
Palabra del Dia
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